Mariátegui se propuso en este libro aplicar los principios del materialismo histórico para intentar una revaluación completa de la realidad peruana.
Belaunde, defensor del pensamiento católico con tendencias sociales progresistas, quiso plantear un debate abierto con Mariátegui, pero la muerte de éste en 1930 se lo impidió.
[5] Mariátegui estudia la evolución económica del Perú aplicando el materialismo histórico, aunque no de manera rigurosa.
Las rentas de dichas riquezas acabaron por ser despilfarradas por el Estado Peruano, pero permitieron la aparición del capital comercial y bancario.
La revolución independentista fue dirigida por los criollos y hasta por algunos españoles, que aprovecharon el apoyo de la masa indígena.
El programa liberal de la revolución incluía la redención del indio, pero al consumarse la independencia, quedó solo como promesa.
Ello debido a que la aristocracia latifundista de la colonia, dueña del poder, conservó intactos sus derechos feudales sobre la tierra.
En la sierra, la región habitada principalmente por los indios, subsistía en tiempos de Mariátegui la más bárbara y omnipotente feudalidad.
Los congresos indígenas, desvirtuados en los últimos años por el burocratismo, no representaban todavía un programa; pero sus primeras reuniones señalaron una ruta comunicando a los indios de diversas regiones.
La clase dirigente criolla, que sucedió a la española, no cambió las estructuras socioeconómicas del régimen colonial.
El latifundio se consolidó y extendió, mientras que la comunidad indígena fue la más afectada, tanto por la ambición de los terratenientes como por la política desatinada dirigida desde la capital.
Mientras que el latifundismo serrano mantenía un nivel muy atrasado en su sistema de producción, el latifundismo costeño, orientado a los intereses de los capitales británicos y estadounidenses, se hallaba más desarrollado tecnológicamente, aunque su explotación reposaba todavía sobre prácticas y principios feudales.
La comparación del latifundio serrano con la comunidad indígena como empresa de producción agrícola, desfavorecía al primero.
Pero este modelo tenía también muchas deficiencias, pues acentuaba igualmente la orientación literaria y retórica de la enseñanza.
[30] Mariátegui empieza señalando que en su tiempo, el concepto de religión había ya crecido en extensión y profundidad.
Considera que se cuenta con suficientes elementos sobre la mitología del Perú antiguo como para ubicar su puesto en la evolución religiosa de la humanidad.
La revolución de la Independencia, del mismo modo que no tocó los privilegios feudales, tampoco lo hizo con los eclesiásticos.
Si bien entre los patriotas peruanos hubo quienes profesaron el liberalismo, éste nunca llegó a los extremos del jacobinismo anticlerical, como ocurriera en Francia.
El más conspicuo líder liberal peruano, José Gálvez Egúsquiza, respetaba y cumplía los dogmas de la Iglesia Católica.
[33] Cuando surgió la República Peruana, ésta se constituyó bajo el sistema centralista, pese a los planteamientos de federalismo que hicieron algunos ideólogos liberales.
Enumera las siguientes proposiciones: Durante la República, los primeros partidos políticos organizados admitieron en sus programas la descentralización, pero nunca lo desarrollaron cuando llegaron al poder, quedando dicha idea en simple especulación teórica.
[35] Mariátegui resalta que en su tiempo ya existía una ideología de avanzada interesada en la solución del problema agrario y la cuestión indígena.
[36] Mariátegui observa que es difícil definir y demarcar en el Perú regiones existentes históricamente como tales.
Una nueva ley dada en 1886 creó las Juntas Departamentales, subordinadas al poder central, pero que tampoco dieron resultado y fueron suprimidas años después.
[38] Examinada la teoría y la práctica del viejo regionalismo, Mariátegui formula sus puntos de vista sobre cómo debe enfocarse la nueva descentralización.
En conclusión, para los nuevos regionalistas, la regionalización debe contemplar simultáneamente el problema del indio y de la tierra.
Una literatura no puede apelar a sus elementos nutricios si está íntimamente imbricada con la estructura económica feudal y colonial.
Esta no sería una literatura que se ocupe del indio como tema dentro de una perspectiva nacional.
No es posible, pues, valorarlo y considerarlo, desde puntos de vista exclusivamente literarios, como un color o un aspecto nacional, colocándolo en el mismo plano que otros elementos étnicos del Perú.
Entra, por tanto, a pesar de todas las protestas inocentes o interesadas, en el orden ideológico burgués.