María Montañez, entre 1951 y 1971 (nunca se divorciaron ni anularon el matrimonio).
Otro aspecto importante de sus reflexiones corresponde a la invitación a cambiar la pregunta por el «ser» (pregunta que supone la existencia de una realidad objetiva, independiente del observador) a la pregunta por el «hacer» (pregunta que toma como punto de partida la objetividad entre paréntesis, es decir, que los objetos son «traídos a la mano» mediante las operaciones de distinción que realiza el observador, entendido este como cualquier ser humano operando en el lenguaje).
Por aquella misma época, acompañó a su madre a una visita domiciliaria al barrio Punta de Rieles, en Macul, donde vio la pobreza extrema padecida por una mujer y un niño menor que él.
El joven Maturana, como juego y como forma de enfrentar esta grave enfermedad, mientras estuvo alrededor de un año hospitalizado en el Hospital del Salvador, le pidió a los médicos del recinto que ya no lo llamaran «Humberto», sino «Irigoitía».
Si bien no llegó a titularse,[1] fue ayudante del curso de Biología dictado por el profesor Gabriel Gasic.
Con María, por entonces estudiante de medicina y más tarde médico-psiquiatra, convivió durante veinte años.
Como consecuencia, según diría más tarde, no supo estar tan presente en la adolescencia de sus dos hijos como –mirándolo en retrospectiva– hubiese querido.
[4] Alrededor de esta época nació su segundo hijo, Alejandro Maturana Montañez, hoy ingeniero.
[4] En 1997 conoció a la orientadora familiar Ximena Dávila, mientras Maturana todavía impartía docencia en la Universidad de Chile.
[1] Así, en el año 2000 ambos fundaron el Instituto de Formación Matríztica,[4] dedicado, según sus propias palabras, a «acompañar a las personas en las comunidades humanas y las organizaciones en sus procesos de transformación e integración cultural».