[2] Un incentivo para su labor fue un concurso continental de novela hispanoamericana convocada por una editorial de los Estados Unidos: jurados reunidos en cada país hispanoamericano debían elegir una novela representativa que sería enviada a un jurado internacional auspiciado por dicha editorial.
[3][4] Cabe agregar que la ganadora del concurso internacional fue nada menos que la gran novela indigenista del peruano Ciro Alegría, El mundo es ancho y ajeno, enviada en representación de Chile, donde dicho escritor se hallaba desterrado.
[6] Otros escenarios son: Cronológicamente la obra está ambientada en la década de 1930, aunque hace regresiones a épocas pasadas, como los años 1920, e incluso a siglos antes, en tiempos de la gestación del pueblo puquiano.
La obra describe una realidad enmarcada durante la primera mitad del siglo XX, época en que la sierra del Perú se hallaba sumida en un enfrentamiento entre los terratenientes blancos o mestizos (patrones) y los siervos indios (campesinos).
Los opresores, apoyados por el gobierno central, tratan de imponer sus costumbres occidentales sobre los pueblos autóctonos del Perú; en contraparte, los indígenas pugnan por mantener sus tradiciones, en muchos casos ya amestizadas.
El capitalismo, por su parte, defendía una estructura económica individualista que desconocía las tradiciones autóctonas.
Por ello, la novelística arguediana describe «un mundo en conflicto entre indígenas y patrones, a la vez que propone una visión estética diferente, basada en la perspectiva que tiene el mundo andino de su realidad y de las realidades ajenas» (Ángel Heredia).
[5] Los primeros capítulos ofrecen el trasfondo histórico de los hechos dramáticos que van a seguir.
Dos comunidades de indígenas, K’ayau y Pichk’achuri, rivalizan por destacarse en la fiesta.
[11][12] Aparecen los problemas cuando el subprefecto prohíbe por mandato del gobierno central que la fiesta sea a la manera «india», es decir, con la intervención del público como toreros espontáneos y con el uso de dinamita para matar al animal.
El torero español es abucheado y en su lugar entran al coso los toreros puquianos, para lidiar a la manera «india», ante lo cual el subprefecto y las demás autoridades no se atreven a oponerse, temerosos de la reacción de la muchedumbre.
[16][7][11] En este capítulo se describe los abusos y robos que realizaban los mistis contra los indios.
Les arrebataban sus tierras mediante argucias legales y convertían terrenos tradicionalmente dedicados al cultivo de papa y trigo en alfalfares para alimentar al ganado, pues la venta de carne era más rentable.
Se comentaba que para esta ocasión el ayllu de K’ayau se había comprometido a traer al toro Misitu, animal montaraz que vivía en la puna, al cual hasta entonces nadie había podido sacarle de su querencia.
Los vecinos principales se dividen ante tal noticia: unos, encabezados por don Demetrio Cáceres, están de acuerdo con abolir lo que consideran una costumbre salvaje, mientras que otros, a través de la voz de don Pancho, solicitan que al menos se permita ese año celebrar por última vez las corridas según la costumbre india, pues los preparativos ya estaban avanzados.
Cuando ya estaba don Pancho retirándose, caminando en medio de la plaza, el Subprefecto ordena al Sargento que le dispare por la espalda, pero el Sargento se niega a realizar tal villanía.
[19] La mayoría de los inmigrantes andinos trabajan como obreros, empleados y sirvientes, e invaden terrenos en los arenales donde construyen viviendas precarias, aunque también llegan a Lima algunos mistis adinerados quienes instalan negocios y compran terrenos en zonas residenciales.
En general son tratados despectivamente por los limeños y llamados “serranos” a modo de insulto.
Los lucaninos residentes en Lima forman una asociación para defenderse y apoyar a sus coterráneos, el Centro Unión Lucanas.
Vivía en la puna o zona alta, abrigado por los queñuales de Negromayo, en K’oñani.
[24] El hacendado don Julián Arangüena había intentado capturarlo, sin lograrlo, por lo que decidió regalarlo, primero a los habitantes de K’oñani y finalmente a los de K’ayau.
El coso rebalsó y muchos se quedaron en las afueras, insistiendo ingresar vanamente.
Los demás toreros indios lograron con gran esfuerzo separar al toro del cuerpo de Wallpa.