Dichos intereses no podían ser abonados hasta que Alemania estuviese reunificada, dándosele para ello 20 años a partir de ese momento.
La guerra se desarrolló en todo el mundo, siendo en Oceanía poco importantes las operaciones, en África más extendidas, mientras que en Asia y Europa fueron particularmente intensas.
Tanto la delegación alemana como el Gobierno alemán consideraron el Tratado de Versalles como un dictado (Diktat) impuesto a la fuerza sin un mecanismo de consulta o participación.
La Sociedad de Naciones pretendía arbitrar en las disputas internacionales y evitar futuras guerras; sin embargo, se vetó el ingreso a Alemania y a la Rusia Bolchevique.
El primer ministro francés Georges Clemenceau fue el más vehemente en cuanto a las represalias contra Alemania, dado las enormes pérdidas humanas y materiales producidas en suelo francés, donde por la invasión alemana había transcurrido gran parte de la guerra.
Además, fue obligada a ceder todo su imperio colonial, que fue repartido entre las naciones vencedoras (principalmente entre el Reino Unido y Francia).
El economista británico John Maynard Keynes, que participó en las negociaciones, lo consideró una «paz cartaginesa».