Teatro español de la primera mitad del siglo XX

[1]​ El segundo periodo, más breve y gris, reconocido como teatro de posguerra, tuvo a su vez dos dramaturgias, la desarrollada y representada en España, definida como "un teatro que divierte ideologizando",[2]​ y el teatro escrito en el exilio de autores como Rafael Alberti, Alejandro Casona o Max Aub, entre otros.

A principios del siglo XX el teatro español continuaba estancado en fórmulas decimonónicas, ajeno a la renovación emprendida en otros países europeos por directores y dramaturgos como Stanislavski, Gordon Craig, Antoine o el suizo Adolphe Appia.

Ya a lo largo del siglo XIX la oferta y la demanda teatrales se habían ordenado en dos categorías: un teatro "selecto" (por la selección de los temas, afines a la burguesía que lo consumía), "caro" (y por tanto también selecto económicamente) y materializado en subgéneros muy diversos, desde la alta comedia al teatro poético de filiación modernistas; y frente a él, un teatro "popular", cuyos personajes eran estereotipos de las clases menos pudientes, que alcanzó su máxima expresión en el sainete social, y con la participación estelar de grandes autores como Carlos Arniches o Benavente, más tarde Premio Nobel.

[4]​ Hasta 1920, una parte importante del panorama teatral español continuaba anclado todavía en un romanticismo trasnochado, con Eduardo Marquina como mejor representante, autor de títulos tan rancios y sonoros como En Flandes se ha puesto el sol (1910) o Por los pecados del Rey (1913).

[5]​ En su mayor parte, la línea más tradicional del teatro nacional –y sus discursos más apegados al tradicionalismo católico en concreto– habían entrado en conflicto (y en ocasiones en agresiva polémica) con el discurso teatral liberal y el compromiso ideológico,[6]​ humano o político de autores como Galdós (diputado el 1907); Unamuno (socialista desde 1892 a 1897, se presentó a diputado en las elecciones de 1896); Azorín (en su juventud presumía de pro-anarquista); Blasco Ibáñez (republicano y diputado en varias ocasiones), o Linares Rivas (político canovista).

Su principal representante fue el poeta Francisco Villaespesa, cuyos argumentos utilizaban los temas históricos o de leyenda.

Otros autores de dramas en verso fueron los hermanos Antonio y Manuel Machado, además del citado Eduardo Marquina.

Así, algunas grandes estrellas de la escena imponían sus criterios sobre directores y empresarios, reducidos a meros comparsas.

Inicialmente, el "teatro social", que como apuntó Torrente Ballester tenía su origen en Lope de Vega,[12]​ y fue plato favorito de Benito Pérez Galdós, tuvo su principal representante en Joaquín Dicenta, que desbarató el dramá burgués con sus mismas armas (el melodrama), presentando en situaciones hasta entonces reservadas a nobles y burgueses, a personajes de las clases sociales menos favorecidas.

Entre los más jóvenes también podrían incluirse los nombres de Rafael Alberti, que cultivó un teatro poético cargado de símbolos, y el también poeta Pedro Salinas, cuyas obras, a causa del exilio, serían poco conocidas en España y cuando, más tarde se estrenaron o editaron no tuvieron especial eco.

Representación en 1931 de La zapatera prodigiosa , de García Lorca, con Margarita Xirgu, José Cañizares y Alejandro Máximo, en escena.