De hecho, la autoridad papal y sus instrumentos (órdenes religiosas como Cluny) habían sido compartidos eficazmente con los reyes (Francia, Castilla) en mutuo beneficio.
La recuperación del poder y del prestigio papal durante el Renacimiento no fue suficiente para evitar la Reforma luterana, que pone a los príncipes alemanes al frente de sus iglesias nacionales, y más tarde el cisma de Enrique VIII.
El propio Luis XIV proclama en 1692 su contenido como libertades galicanas, actuando en la práctica como jefe de la Iglesia en Francia, en frágil equilibrio con el papa, que sin aceptarlo prefiere no tensar la situación para no provocar un cisma como el anglicano.
[1] Lo cierto es que aquella gestión no dio fruto, y que con Felipe V las reclamaciones fueron mucho más activas: en 1709, el virrey de Aragón Solís, y en 1713 el fiscal real Melchor de Macanaz, preparan sucesivos memoriales.
En 1717 se llega a un tímido acuerdo que es en seguida abandonado por ser considerado insuficiente para España.
De todas maneras, al poco tiempo el exequatur se declaró en suspenso.