Además, Fernán Pérez de Guzmán describió del siguiente modo en sus Generaciones y semblanzas la apariencia y personalidad del conde Pedro Enríquez:[48] La descripción anterior, como señaló Correa Arias, descalificaba no solo al conde Pedro sino también a toda la nobleza gallega y a la propia Galicia, difundiendo así una idea sobre ese territorio que se extendería posteriormente por toda Castilla,[49] y el eclesiástico e historiador Antonio López Ferreiro afirmó, como subrayó Eduardo Pardo de Guevara y Valdés,[50] que el conde Pedro Enríquez «dió muestras de ser más experto en el manejo de la lengua que en el de la espada», y también que «el ejercicio de las armas nunca fué la pasión favorita del Conde D. Pedro Enríquez».
[60] Y González Crespo afirmó que tanto Pedro como su hermano o hermanastro Alfonso llegaron a ocupar, debido a sus vínculos familiares con la realeza, «los primeros puestos en la nueva nobleza trastamarista».
[69] Pardo de Guevara y Valdés subrayó el hecho de que los títulos y las inmensas posesiones que Pedro Enríquez recibió de Enrique II no se debieron ni a sus cualidades ni tampoco «a su valor personal, sus dotes cortesanas o sus excepcionales servicios a la Corona», sino al cariño y predilección que su tío sentía hacia él, ya que desde el asesinato de su padre había quedado a su cargo.
[57] Uría Maqua, por su parte, señaló que Enrique II concedió a sus familiares más cercanos «títulos y tierras», aunque no cargos.
[87][g] Sin embargo, fuera de Galicia ambos individuos utilizaron un «castillo mantelado de leones», que es su escudo más conocido[87][h] y casi idéntico al utilizado por el almirante Alfonso Enríquez, hermano o hermanastro del conde Pedro, aunque exactamente a la inversa, ya que el del almirante consiste en un león mantelado de castillos.
[84] La encomienda era un sistema de protección frecuentemente empleado por los monasterios gallegos, aunque con el paso del tiempo, como señalan algunos autores, se convirtió en la «coartada perfecta» para que los nobles extorsionasen a aquellos que debían proteger e incluso se apoderasen de los bienes eclesiásticos y los ocupasen imponiendo tributos a sus propietarios.
Pedro, primo del rey, Conde de Trastámara, Lemos y Sarria».
César Olivera Serrano señaló que Juan I, debido a los abusos cometidos por los comenderos, «había decidido» abolir las encomiendas establecidas en numerosos monasterios de Asturias, Galicia, León y Castilla la Vieja, y también que el tribunal mencionado anteriormente falló en la mayoría de los casos a favor de los cenobios.
[151][150] Además, Alfonso Enríquez había sido criado y protegido por su hermano o hermanastro, el conde de Trastámara, y le acompañó, como señaló Luis Suárez Fernández, en sus «aventuras portuguesas».
[150] Cuando el complot fue descubierto, y por causa también de las maniobras que los soldados ejecutaron para capturarle, el conde Pedro Enríquez huyó una noche con algunos de sus hombres, entre los que figuraba su hermano o hermanastro Alfonso,[153] y se refugió en la ciudad de Coímbra, traicionando al monarca castellano y enojándole enormemente, según consta en la Crónica del rey don Juan I, que fue citada por algunos autores.
[157] Ferreira da Vera señaló en el siglo XVII que Pedro Enríquez planeaba asesinar al monarca castellano, casarse con la reina Leonor Téllez de Meneses, y gobernar junto con ella el reino de Portugal, que es la opinión más extendida actualmente entre los historiadores.
[153][151][n] Tras su entrada en Portugal Pedro Enríquez y sus hermanos pasaron a formar parte del grupo de portugueses que luchaban contra los castellanos y, en los meses siguientes, desarrollaron una intensa actividad, ya que desde Coímbra se dirigieron a Oporto con Gonzalo Téllez y se pusieron a las órdenes del maestre de Avís,[157] pretendiente al trono lusitano y enemigo de Juan I de Castilla.
[209] En esta época, como señaló Pardo de Guevara y Valdés, «apenas» hay noticias sobre el conde Pedro, aunque los pleitos que inició en 1384 contra el arzobispo Juan García Manrique por la posesión de diversos bienes, evolucionaron ahora por la «vía legal» y no mediante el recurso a las armas,[144] lo que llevó a José García Oro a señalar que las relaciones entre ambos pasaron «de las armas a las togas».
En cuanto a las casas de la plaza de las Mazarelas, el conde alegaba para retenerlas que se habían realizado en ellas trabajos considerables a sus expensas, pero admitió que las había tomado por su «propia autoridad».
Dicho «recibimiento» fue narrado, como señaló López Ferreiro,[191] en un pasaje de la Crónica del rey don Juan I.
[233][234] Los comisionados abrieron las arcas donde se guardaban los documentos del difunto monarca y hallaron su testamento, y aunque en él se detallaban los deseos del monarca aquellos decidieron ignorarlo e incluso pensaron en destruirlo, pero el arzobispo Tenorio lo impidió arguyendo que debía cumplir las mandas piadosas establecidas en el mismo, quedando de ese modo patente que la voluntad de los nobles y de los procuradores del reino era que este fuera gobernado por un Consejo de Regencia, aunque ello debería ser ratificado por las Cortes.
[237] Cuando esto ocurriera Enrique III asumiría el poder y comenzaría a gobernar personalmente, aunque en las Partidas también se incluyó la posibilidad de que las Cortes siguieran gobernando hasta que el monarca cumpliera veinte años de edad.
[239] El arzobispo de Toledo, como señaló Isabel Montes, envió copias del testamento al cismático papa Clemente VII, que residía en Aviñón, a los reyes europeos aliados con Castilla, a las ciudades y cabildos catedralicios del reino y a los tutores del rey Enrique III que el difunto Juan I había designado en su testamento, como Juan Alonso Pérez de Guzmán, que era conde de Niebla.
[248] La condestabilía de Castilla,[t] era tal vez en esa época, como señalaron algunos autores, el oficio de «mayor peso e influencia» en la Corte castellana, y al conde le fue concedida por el apoyo que había prestado al arzobispo García Manrique en los conflictos que se desarrollaron en torno al Consejo de Regencia.
[251] Pero esa concordia, como señaló Isabel Montes, solo sirvió para que el Consejo de Regencia fuera eliminado y para que se retornara a la situación producida tras la muerte de Juan I.
[248] Suárez Bilbao señaló que el arzobispo Pedro Tenorio no estuvo entre los reunidos en ese convento burgalés probablemente porque él defendía «principios, pero no linajes», y los reunidos allí parecían formar un grupo de miembros de la realeza dispuestos a aunar sus fuerzas, aunque al conde Alfonso Enríquez, que era pariente suyo, le consideraban un traidor por apoyar al bando contrario cuando habían sido ellos los que solicitaron su excarcelación.
[275] Y el conde de Trastámara comenzó a reunir a sus hombres en Galicia, la reina Leonor se atrincheró en la villa burgalesa de Roa y el conde Alfonso Enríquez reunió a sus vasallos y «gentes de armas» en Asturias, por lo que Enrique III y sus consejeros, que deseaban evitar una guerra civil, comenzaron a negociar por separado con los rebeldes para intentar deshacer la alianza que habían forjado.
Y cuando el rey, que se hallaba en Burgos, fue informado de que el conde de Trastámara, junto con «doscientas lanzas», se había reunido en Roa con la reina Leonor de Trastámara, ordenó que el duque de Benavente fuera encerrado en prisión por miedo a que se uniera nuevamente a los rebeldes, y después el monarca se dirigió a Roa acompañado por mil hombres de armas y por todos los bastimentos necesarios para poder derrotar rápidamente a los que allí se oponían a su autoridad.
[294] El conde de Trastámara, por su parte, se propuso acatar la autoridad del monarca, y cuando este último llegó a León mientras se dirigía a Asturias para terminar con la resistencia del conde de Noreña, el de Trastámara solicitó su perdón, y Enrique III le perdonó y envió para que negociaran con él en su nombre a Juan de Velasco, que era el camarero mayor del rey, y a Diego López de Zúñiga, que era el alguacil mayor del monarca.
[301][w] La orden para confiscar los bienes del conde de Trastámara fue anulada, y no solamente los recuperó en su totalidad sino que se vieron aumentados con los señoríos de Villafranca de Valcárcel y Ponferrada,[296] aunque al conde no se le dio licencia para que volviera a la Corte.
[306] En 1394 el conde cedió a su yerno, Juan de Novoa, que era uno de sus principales partidarios en Orense, los cotos de Nogales y Moreiro, que habían pertenecido a la Orden del Temple hasta principios del siglo XIV y habían sido cedidos al conde por su tío, el rey Enrique II.
[310] El obispo Pedro Díaz, que no se encontraba en su diócesis, utilizó a esas cuatro familias para mantener un «mínimo de autoridad» en su territorio y poder percibir sus rentas, lo que provocó aún más miseria en la zona.
[318] Pero este último también se mostraba al mismo tiempo como el «gran señor de Galicia» y ofrecía generosas donaciones a sus vasallos o partidarios, y su generosidad en ese sentido, como señaló Pardo de Guevara, volvió a ser «proverbial» en sus últimos años de vida.
[318] Para satisfacer las exigencias del magnate los canónigos tomaron cierta cantidad que se guardaba en el tesoro catedralicio, que según algunos autores eran varios «miles de maravedís»,[324] y la Mesa capitular compostelana quedó obligada a restituirlos al mencionado tesoro.
[333] En el sepulcro del conde se hallaba el siguiente epitafio, que no se conserva en la actualidad:[334][329][335] Aunque no hay certeza absoluta sobre ello, la mayoría de los historiadores afirman,[336] y algunos incluso rotundamente,[337] que los restos del conde reposan en un sepulcro ubicado en la capilla del lado de la Epístola de la iglesia de San Pedro,[338] aunque otros indicaron «terminantemente» que en el siglo XVII estuvo en la capilla mayor del templo,[339] cuya construcción había sido patrocinada por el conde aunque se ignora hasta qué punto.