Ya antes de esta época había compuesto El espiante, tema al que ahora se agregaban Vida mía, El Once, Pimienta, entre otros.
Como director, su actividad era incansable, como resultado de las grabaciones que le solicitaban y de su amplia aceptación entre el público, sobre todo el más pudiente, lo que le obligó incluso en alguna oportunidad a dividir su orquesta en cuatro y colocar cada una en un local nocturno diferente.
Fue, sin duda, su mejor época desde el punto de vista comercial, y también, probablemente, autoral.
Baste decir que entre los años 1925 y 1928 Fresedo grabó para la Odeón cerca de 600 temas.
Se dice que el estilo musical de Osvaldo Fresedo fue caracterizado por “la delicadeza del gusto, los ligados, los suaves matices y los solos fantaseosos del piano apuntaban al oído de las clases altas, aunque llevando hasta ellas el mensaje musical del arrabal profundo, que siempre emergía en el arte fresediano.”[1] Consecuentemente Fresedo elegía cantores que además de tener el nivel de calidad requerido encuadraran en ese estilo, tales como Edmundo Rivero, Roberto Ray, Oscar Serpa o Ricardo Ruiz, y Héctor Pacheco no solamente perteneció por derecho propio a esa escuela sino que incluso para más de un crítico fue su mejor exponente, el más afinado, el más seductor y, también, el más personal.