Edmundo Rivero

Lamentablemente Edmundo enferma gravemente y los médicos del lugar no logran descubrir lo que tenía, por lo que el padre opta por renunciar a su empleo como ferroviario y regresar a Buenos Aires, donde finalmente logran curar al más pequeño de los Rivero.

Estando en la capital, se instalan en una casona de Saavedra en las calles Av.

El Servicio Militar Obligatorio le enseñó a valerse por sí mismo en circunstancias difíciles para un joven.

Como por lo general no había avisos, se iba el locutor y dejaban todo a cargo del dúo, hasta por horas.

Las cuentas de publicidad, como se llamarían ahora, eran más bien escasas y chiconas: una zapatería, un sastre, un mercadito.

Edmundo contaba con gracia que su primer sueldo artístico fue parte de esos trueques en especie y cobró puntualmente... un pescado.

Al no haber grosería ni maldad, la cosa a veces funcionaba.

La voz misteriosa era de su hermana Hermelinda y el que estaba formando la orquesta era otro hermano: José de Caro, que lo contrató, aunque el pago era casi inexistente.

«Cante de otra manera, que acá la gente viene a bailar», le advirtió.

Parece que Rivero no encontró esa otra manera y eso le costó el fulminante despido.

A partir de ahí comenzó su peregrinaje viendo a directores de orquesta y compañías grabadoras y las repuestas descorazonarían al más pintado: «No, tiene la voz demasiado grave».

Había un lleno completo y cuando «Pichuco» le dijo: «Ahora usted, Rivero...», hubo unos aplausos un poco raros, que a Troilo le sonaron exagerados, largos... Rivero cantó un tango y la gente empezó a dejar de bailar y a arrimarse al palco.

Entonces, sentado con el bandoneón, le dijo por lo bajo, tratando de no ofenderlo:

Participó en los filmes El cielo en las manos (1949) y Al compás de tu mentira (1951).

Discografía completa, grabaciones y participaciones realizadas por Edmundo Rivero: Entre la gran cantidad de piezas grabadas por Edmundo Rivero se destacan: Escribió su autobiografía en un libro titulado Una luz de almacén, en el cual despliega una interesante defensa del lunfardo.

El presidente Raúl Alfonsín, que admiraba a Rivero, festejó efusivamente su actuación.

Edmundo Rivero interpretando en vivo con su guitarra
Edmundo Rivero.