Los hechos que se sucedieron en torno a ella y que determinaron su permanencia en las cercanías del río Luján en el siglo XVII fueron interpretados como providenciales por los fieles católicos.
Antonio Farías Sáa, un hacendado portugués radicado en Sumampa (actual provincia de Santiago del Estero, Argentina), quiso erigir en su estancia una capilla en honor de la Virgen.
Al día siguiente, ya dispuestos a continuar la marcha, los bueyes no consiguieron mover la carreta.
Intrigados por el contenido del cajón, encontraron al abrirlo una imagen pequeña (35 cm de altura) de arcilla cocida que representaba la Inmaculada Concepción.
Enterados del hecho en Buenos Aires, muchos vecinos acudieron a venerar la imagen y, al crecer la concurrencia, Rosendo de Trigueros le hizo construir una ermita donde permaneció desde 1630 hasta 1674.
Al fallecer Rosendo de Trigueros, su estancia quedó abandonada, pero Manuel continuó, con constancia, el servicio que se había impuesto.
Feliz de haber logrado su propósito, la instaló en su oratorio, pero a la mañana siguiente, cuando se dirigió ahí para rezar, descubrió con asombro y angustia que la Virgen no estaba en su altar.
Al buscarla se la encontró en el «Lugar del Milagro».
Hasta se lo llegó a estaquear en el piso para que no hurtara la imagen.
León XIII bendijo la corona y le otorgó Oficio y Misa propios para su festividad, que quedó establecida en el sábado anterior al cuarto domingo después de Pascua.
[4][5][6] Al dirigirse al Paraguay al mando de una expedición, Manuel Belgrano se detuvo en Luján varios días, mandó celebrar una misa cantada el 27 de septiembre de 1810 e hizo varias visitas a Nuestra Señora en el camarín.
En la primera peregrinación, realizada el 29 de octubre de 1893, fue acompañado por unos 400 hombres con banderas argentinas quienes prometieron concurrir todos los años a pedir a la Virgen protección para la obra.
Esta peregrinación se ha realizado ininterrumpidamente hasta nuestros días.