La Mancomunidad de Cataluña (en catalán, Mancomunitat de Catalunya) fue una institución española que agrupó, entre 1914 y 1925, las cuatro diputaciones catalanas en un único ente regional.
«Era la primera grieta, fuera del ámbito vasco-navarro, en el rígido esquema territorial que, salvo el breve paréntesis de 1873-1874, había caracterizado al Estado desde la Constitución de 1812»; por esta razón provocó un rechazo no solo entre la derecha española, sino también entre los socialistas, que la consideraron un instrumento al servicio de la «burguesía catalana».
[3] Sin embargo, un sector de su propio partido, encabezado por Segismundo Moret y apoyado por el diputado Niceto Alcalá-Zamora, se opuso al proyecto.
Se trataba de una baza que la Lliga no dejaría escapar.
El naciente e importante órgano administrativo ayudaría a desarrollar una conciencia catalanista y constituía una primera base con vistas a una futura autonomía de más largo abasto».
Tras la presidencia interina de Román Sol, le sucedió Josep Puig i Cadafalch que ganó la votación, por 48 votos contra 39, al político dinástico leridano Joan Rovira.
Inmediatamente después fueron designados por los gobernadores civiles los nuevos diputados provinciales, todos ellos españolistas, y el líder de la Unión Monárquica Nacional, Alfonso Sala Argemí, conde de Egara, pasó a presidir la Mancomunitat.
[14] Sin embargo, a los pocos meses comenzaron las tensiones entre Sala y el dictador, ya que este empezó a cuestionar la existencia misma de la Mancomunidad, porque temía que en otras manos —«tendenciosas»— fuera el embrión de «un pequeño Estado», «capaz de dañar a España».
En marzo habló claramente del «fracaso de la Mancomunidad como órgano político permanente, deliberante y ejecutivo».
En una larga «nota oficiosa» que acompañó al decreto de creación del Estatuto Provincial, reconoció que había cambiado de opinión sobre el «regionalismo»; antes pensaba que este podía ser positivo para la regeneración de España, pero ahora se había dado cuenta de que «reconstruir desde el poder la región, reforzar su personalidad, exaltar el orgullo diferenciativo entre unas y otras es contribuir a deshacer la gran obra de la unidad nacional, es iniciar la disgregación, para la que siempre hay estímulo en la soberbia o el egoísmo de los hombres».
[16] Refiriéndose concretamente a la Mancomunidad, en la «nota oficiosa» se decía:[17]