Tertulia fundada en 1789 por Antonio Nariño, criollos ilustrados se reunía en su casa con el fin de mantener un grupo literario entre la alta sociedad neogranadina, funcionó entre los años 1789 y 1794.
Tenía un gabinete de historia natural, formado y clasificado por ella misma, que servía como "museo" en la capital del Virreinato.
Entre los contertulios se encontraban los hijos de doña Manuela, llamados Tomasa y José Ángel, que aún eran adolescentes.
La literatura colombiana no deja de ser vinculada estilísticamente a la hispánica y aquel sabor independentista e inconforme ante el estado de cosas coincide a la vez con el romanticismo en boga que dominaría todo el siglo XIX en Colombia.
La necesidad de construir una literatura nacional surge del proyecto político de conformar una nación colombiana[cita requerida]; por consiguiente, durante este periodo se puede evidenciar una estrecha relación entre la literatura y la política[cita requerida].
El Romanticismo es un movimiento cultural de origen europeo que emerge como una reacción a la tradición clasicista.
La literatura del Romanticismo representa el individualismo, la libertad de creación y la expresión artística, entre otros.
Se puede identificar con los autores siguientes: Una segunda corriente romántica, aproximadamente desde 1860 hasta 1880, coincide con la organización del estado nacional.
El costumbrismo colombiano tuvo su mayor auge durante el periodo de 1840-1850; además, estaba encaminado a romper con un pasado español que, según el texto de Beatriz González-Stephan “Visiones paródicas: risas, demonios, jocosidades y caricaturas”, había truncado los proyectos nacionales posteriores a la independencia.
El costumbrismo no se puede separar completamente del romanticismo, ya que encontramos novelas con tramas románticas con toques naturalistas.
[12] Además fue la tertulia literaria más famosa de Colombia durante el siglo XIX ya que conglomeró a los escritores más representativos de la segunda mitad del siglo como José María Samper, Lorenzo María Lleras, Diego Fallón, Ricardo Carrasquilla, Ezequiel Uricoechea, también importantes figuras políticas como José María Quijano Otero, Salvador Camacho Roldán y José Manuel Marroquín.
El siglo XIX colombiano implicó que los neogranadinos, después del proceso de independencia, buscaran enmarcar su propia historia en la historia de Occidente, así, se empezaron a elaborar textos donde el lector encontrara un sentido en un contexto histórico más general.
En consecuencia, la producción literaria se vio influenciada por esta necesidad de pertenencia a un marco más universal.
No obstante, estaba en medio de una paradoja en donde se discutía su carácter “tradicional”, en tanto es una categoría que viene de Europa, y su carácter “moderno”, en tanto se constituye como una herramienta para plasmar diferentes discursos nacionales durante la segunda mitad del siglo XIX.
Es importante señalar que la prensa generó un “nuevo lenguaje” sobre los temas religiosos y políticos que se debatía entre la tradición española y la necesidad de aspirar a otras propuestas encaminadas a consolidar el componente nacional.
Acosta señala que: “La lectura se propuso, entonces, como un acto colectivo, una forma de socialización desde los textos; como una relación activa e inmediata entre el periódico y sus lectores”,[9] así, la novela por entregas se enmarca en el acto colectivo de la lectura.
[16] Los testimonios muestran que la Europa retratada no es en todos los casos un lugar cómodo para los viajeros americanos.
Finalmente el siglo XX estaría caracterizado por grandes avances tecnológicos con impactos económicos, demográficos y culturales en la sociedad colombiana.
[17] También se señala como parte de esta generación a Luis Carlos López y Porfirio Barba Jacob.
Este grupo intelectual, político, literario y artístico se reunió alrededor de la revista del mismo nombre, publicada en 1925.
Se incluyen escritores como Eduardo Carranza, Jorge Rojas, Arturo Camacho Ramírez, Gerardo Valencia, Carlos Martín, Tomás Vargas Osorio y Darío Samper.
Lectores de las propuestas estéticas surrealistas, seguidores del existencialismo francés e interesados en la generación Beat.
Pronto se les suman otros artistas como Norman Mejía, Álvaro Barrios, Pedro Alcántara, el cantante Pablus Gallinazo y la escultora Feliza Busztyn.
El crítico Juan Felipe Restrepo David señala entre sus múltiples aportes la integración de pensamiento y humor.
Gonzalo Arango o Eduardo Escobar son hombres de ideas, reflexivos, y con gran sentido del humor.
Por el mismo tiempo aparece Andrés Caicedo, quien no solo estaba distanciado geográficamente del boom, sino que sus obsesiones eran más cercanas a la cultura relacionada con el cine y el rock n' roll, retratando problemáticas sociales urbanas y juveniles.
Otros novelistas destacados son Manuel Zapata Olivella, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Cepeda Samudio y Germán Espinosa.
María Mercedes Carranza identifica tres características fundamentales de la que ella llama "poesía post-nadaísta":[23] primero, interacción con el lenguaje de los medios masivos y la cotidianidad en contextos urbanos; segundo, escepticismo frente a la política y a la poesía misma, con un tono más intelectual que emotivo; tercero, elaboración personal de lo coloquial y lo cotidiano con cierta perplejidad moral frente a la cual la imagen poética ofrece una alternativa.
[25] Es innegable, sin embargo, que el desarrollo pleno de las historias fantásticas y de ciencia ficción se observó durante el transcurso del siglo XX, con escritores como José Félix Fuenmayor, Germán Espinosa, Antonio Mora Vélez, o René Rebetez, estos dos últimos más representativos del género.
En 1997 obtuvo el Prix Futura en Alemania, en 1998 el Mergenthaler-América Latina y en 2005 el premio de periodismo Planeta por su obra Que la muerte espere.