Al igual que en otras grandes capitales como París, Lisboa, o Buenos Aires,[1] las lavanderas de la capital de España constituyeron un grupo social marginado y –en distintos periodos– carente de organización gremial, aunque sujeto a duros reglamentos municipales.
El pequeño asilo, donde las que ejercían este oficio podían "dejar a sus hijos menores de cinco años", mientras ellas trabajaban se construyó cercano al río, en la glorieta de San Vicente, y contó con un pequeño hospital de seis camas para las trabajadoras accidentadas.
[10] En la literatura, las lavanderas son gremio y oficio recurrente en las páginas de los costumbristas madrileños y, con un mayor grado de realidad y dramatismo en la obra de novelistas como Arturo Barea,[e][11][12] Ignacio Aldecoa, Antonio Ferres o Pío Baroja, por citar solo algunos nombres.
[13] El sainete lírico y otras piezas musicales cómico-dramáticas del llamado género chico amplían aspectos populares sobre las lavanderas del Manzanares, como oficio castizo de los barrios bajos madrileños.
Aparecen ya en las piezas breves del siglo xviii en autores como Don Ramón de la Cruz,[14] y son frecuentes en los libretos de zarzuelas de Ricardo de la Vega, Miguel Ramos Carrión o Carlos Arniches;[15] así ocurre, respectivamente, en obras como Los baños inútiles (1765), El año pasado por agua (1889), El chaleco blanco (1890), El agua del Manzanares (1918), entre otros muchos ejemplos.