En Cañete permaneció (salvo esporádicos viajes a Arequipa o Iquique), hasta que a los 18 años residió un año entero en la ciudad de Valparaíso, para embarcarse, en abril de 1859, para Europa en el más largo y provechoso de sus viajes, que siempre recordó por sus “inefables fruiciones e inagotables enseñanzas” (Villarán, p. 18).
Luego de una regular estancia por tierras españolas, Arona seguirá un extenso periplo que lo llevará por Francia e Italia, desde donde parte hacia Egipto, para visitar Alejandría y El Cairo, y luego Damasco y Estambul hasta regresar pasando por Grecia a Italia y Francia, desde donde regresa nuevamente al Perú a inicios de 1863, año en que publica, justamente en París, su primer libro de poemas, con un título claramente romántico: “Ruinas”.
Justo en 1860, estando todavía en Londres, según él mismo declara, Arona empieza a idear una obra “sobre este ingrato tema de provincialismos”.
También en ese viaje va pergeñando las poesías descriptivas que publicará en Lima en 1867 bajo el título Cuadros y episodios peruanos, donde defiende el uso de peruanismos aunque alguno le tache de “chabacano” y piense que el buen estilo consiste en introducir algún que otro flamante hispanismo “traído por los pelos de las orillas del Manzanares”.
Al final del libro incluye un índice de los “términos peruanos” contenidos en el libro, con una advertencia que ya declara su intención de publicar un repertorio lexicográfico completo, que no vería la luz hasta 1882.
Aunque Arona tuvo una formación de tono clasicista, se integra en el movimiento romántico con poemas llenos de dolor y desesperación, aunque en verdad, como señala Jorge Villarán, no tenía razones para ello, cuando su vida se desenvolvía al aire libre “entre vegetación sonriente, atmósfera pura, un hogar feliz, holganza económica” (p. 40).
Se casa en 1867 con Cipriana Valle-Riestra y dos años después publica el semanario “Saeta”, que sólo duró dos meses.
Arona fue un autor mediocre y llega incluso a culpar al público de sus propios defectos porque en lugar de fomentar o proteger a los escritores “lo que desea es hallárselo todo hecho”.
Alberto Tauro del Pino lo retrata “leal a la verdad, en cuanto se refiriera al país y sus gentes”, destacando su “hondo nacionalismo”.
Villarán lo compara con Larra y termina resaltando su vena satírica, que sobresale en los años de madurez en su periódico El Chispazo (1891-1893): “Arona critica caricaturizando, de allí su humorismo y crítica castigando, su sátira.
Sin duda su obra más importante, además de sus aportes historiográficos, es su Diccionario de peruanismos, no solo por recoger un interesante vocabulario, sino por haber bosquejado un primer análisis metalexicográfico en el ámbito del español americano.