El texto subraya cómo este milagro no solo proporciona luz física al ciego, sino que, más significativamente, ilumina su alma, llevándolo a la fe en Jesús como el Hijo de Dios.
El pasaje resalta que Jesús se presenta a sí mismo como la Luz del mundo, una afirmación que ratifica el prólogo del Evangelio de Juan y la enseñanza central de que, sin Cristo, la humanidad está en oscuridad y no puede encontrar el sentido último de su existencia.
[14] La Tradición de la Iglesia ha visto en este milagro una imagen del sacramento del Bautismo, donde el agua purifica y da la luz de la fe, tal como el ciego recibió la vista y la iluminación espiritual.
San Agustín de Hipona compara la ceguera con la incredulidad y la iluminación con la fe, explicando que el ciego representa a toda la humanidad que, a través de Cristo, recibe la verdadera luz.
[17] La decisión se ha relacionado con el posible Concilio de Jamnia que en su día se pensó que había decidido el contenido del canon judío en algún momento de finales del siglo I (c. 70-90 d. C.)[18] El Versículo 34 confirma que "le echaron fuera",[19] la Biblia Amplificada y la Nueva Traducción Viviente añadiendo texto para referirse a su exclusión de la sinagoga[20] Este análisis del diálogo entre el ciego curado y las autoridades judías en el Evangelio de Juan destaca la tensión entre la fe en Jesús y la obstinación de quienes se niegan a reconocer su divinidad.
A través de este diálogo, se manifiesta que aceptar a Cristo implica cumplir la voluntad de Dios, aunque eso signifique enfrentar el rechazo y la expulsión, como le ocurrió al ciego curado por confesar su fe en Jesús.
Esta actitud refleja un pecado más profundo que simplemente no ver en Jesús a Dios: es el pecado de cerrarse voluntariamente a la verdad, como señala Josemaría Escrivá.
La respuesta de Jesús a los fariseos subraya su culpabilidad: pueden ver, pero no quieren.