Aunque centrado básicamente en la pintura religiosa hagiográfica y del Nuevo Testamento, cultivó también el retrato al que le predisponía su formación naturalista.
[4] Sin embargo, no fue admitido todavía como oficial, imponiéndosele como condición continuar trabajando para su padre tres años más —había declarado llevar uno a su servicio— aunque si su padre muriese antes de ese tiempo se le tendría como maestro examinado.
Una vez sano, atribuyó su curación a un milagro del santo, según hacía constar en la declaración testifical que prestó con tal motivo, publicada en 1743 por el padre Vidal en su Vida de san Luis Beltrán.
[7] Cumpliendo con el voto, en 1653 hizo entrega al convento de Santo Domingo del cuadro dedicado a la Muerte de san Luis Beltrán, colocado en el retablo de su capilla para la que dos años más tarde pintó otros cuatro lienzos con milagros del santo, pagados estos por el convento.
Debió de morir ese mismo día, pues el 21 fue enterrado conforme a sus disposiciones testamentarias.
La novedad del asunto, sin precedentes iconográficos, obligó al pintor a inventar composición y tipos.
La iluminación demuestra ya su pleno dominio de la técnica tenebrista con la que resaltará el carácter escultórico del crucifijo puesto sobre la balanza, en escorzo y bien resuelta su anatomía.
Las figuras llevadas a primer término son auténticos retratos que con sus gestos acompañan la acción.
Su conocimiento del mundo ribaltesco, pero también lo más personal de su estilo, quedaban, pues, anunciados en esta primera obra maestra.
[9] La siguiente obra firmada, el Retrato del padre Jerónimo Mos, anterior a 1628, demuestra sus excepcionales condiciones para el retrato a la vez que su maestría en los detalles de naturaleza muerta.
Siendo la suya una pintura esencialmente religiosa, destinada tanto a conventos, para los que trabajó con frecuencia proporcionándoles extensas series hagiográficas, como para las iglesias y la devoción privada, su naturalismo consistirá en infundir a los relatos hagiográficos la inmediatez de lo cotidiano.
Sus asuntos, milagros del santo cuando aún no había sido canonizado ―lo sería en 1668― carecían de precedentes iconográficos pero arraigaban en la tradición local.
Los aciertos del pintor, en composición y creación de tipos humanos, se advierten tanto como sus limitaciones al continuar utilizando la luz fuerte y directa del tenebrismo para iluminar a sus personajes, localizados en amplios paisajes.