La introducción del término estuvo motivada por una serie de problemas que ambos autores observaron al tratar de interpretar teorías científicas sucesivas y sin duda su implementación se entiende mejor a la luz de la crítica que tanto Kuhn como Feyerabend realizaron ante ciertas tesis que los representantes de la llamada concepción heredada habían sostenido, entre las cuales destaca la famosa tesis de la acumulación del conocimiento científico, la cual afirma que el corpus del conocimiento científico ha ido aumentando con el paso del tiempo, tesis que tanto Kuhn como Feyerabend rechazan.
En el primero, al mostrar que ciertas consecuencias empíricas entre teorías sucesivas se pierden.
En el segundo, al afirmar que es posible una elección racional entre teorías incluso cuando estas no pueden traducirse a un lenguaje neutro.
Sin embargo, aunque los motivos —y las críticas a las que da origen— para su introducción son semejantes, de ninguna manera son idénticos los sentidos en el que los dos coautores le emplearon, por lo cual se discute la noción de inconmensurabilidad para cada coautor en ocasiones.
Bajo este entendido, la inconmensurabilidad rebasa el terreno semántico y abarca todo lo concerniente a las prácticas, ya sea desde los campos de problemas hasta los métodos y normas de resolución que se les asocian.
Este cambio, aclara Kuhn, atañe a los conceptos de clase A no solo porque hay un cambio en el modo de referir los conceptos sino porque la estructura subyacente en ellos se ve alterada, esto es, varía el sentido —su intención— pero también su referencia.
Pero sin lugar a dudas la noción anterior nos invita a cuestionarnos cómo es que somos capaces de interpretar en primer lugar, la solución de Kuhn consiste en afirmar que esto es como aprender un nuevo lenguaje.
En 1989, Feyerabend presenta esta noción a contraluz del racionalismo crítico de Popper en el cual "la investigación empieza con un problema.
Si ésta es instrumental, toda teoría que se refiera a un mismo lenguaje de observación será conmensurable.
Por ejemplo, si se afirma el carácter relacional de toda longitud, tal aseveración no puede ser decidida en términos meramente observacionales sino que su valor de verdad depende en parte de la teoría que establece el sentido en el cual se usarán los términos, en este caso la Mecánica Cuántica (MQ) en oposición a la Mecánica Clásica (MC).
En este sentido, la posición instrumentalista atiende solo a las consecuencias empíricas y deja de lado la relación que los conceptos tienen entre sí.
En este mismo sentido, Feyerabend comenta que: prácticamente idénticos a los números que se obtienen de MC, pero no por ello los conceptos son más similares... [Pues] Ni siquiera el caso ... que da lugar a predicciones estrictamente idénticas puede utilizarse como argumento para mostrar que los conceptos deben coincidir al menos en este caso, pues magnitudes diferentes basadas en conceptos diferentes pueden dar Sobre la objeción realista, Feyerabend retoma un argumento elaborado por Carnap y comenta que el uso de tales conceptos abstractos conlleva a una posición imposible, pues «(...) los términos teóricos reciben su interpretación al ponerse en conexión o bien con un lenguaje de observación preexistente, o bien con una teoría que ya ha sido puesta en conexión con un lenguaje de observación, y que esos términos están vacíos sin esa conexión.» (Feyerabend, pp.
Así Feyerabend considera que tanto la interpretación realista como la instrumentalista son fallidas, con lo cual pretende defender la noción de inconmensurabilidad como una noción legítimamente insalvable y con ello anular la tesis de la acumulación y el panracionalismo en la ciencia.
Feyerabend no explora mucho más el punto pero puede suponerse que si la predicción no corresponde con la observación y si tenemos un alto grado de confianza en la descripción que hemos realizado de las condiciones iniciales, entonces podemos asegurar que el error debe estar presente en nuestra teoría y sus términos primitivos.
Sin embargo, tal situación puede ser superada si trascendemos las reglas de nuestro propio lenguaje mediante la crítica, simplemente —como se mencionó en el pasaje de Feyerabend— al tomar nuevas reglas que permitan incorporar los enunciados en conflicto.
Estas nuevas reglas serán evaluadas mediante una crítica a posteriori, es decir, se aceptarán si su implementación ha conducido a un aumento en el entendimiento; si lo anterior se logra, el mito del marco no es un problema.
Pero tal esterilidad debe exponerse a la luz de sus concepciones sobre el significado, la traducción, la interpretación y las relaciones que entre estos conceptos existen.
Primero, cabe hacer notar que no existe aquí una equiparación entre los lenguajes y los esquemas conceptuales, sino una relación de subordinación entre los primeros para con los segundos de tal forma que los cambios en los esquemas desencadenan necesariamente cambios en los lenguajes.
Sin embargo, Davidson aclara, lo anterior no pretende implicar que la mente tenga categorías ajenas a cualquier formulación lingüística sino solo reflejar la suposición de que en principio dos lenguajes pueden compartir un mismo esquema conceptual cuando estos son intertraducibles.
Segundo, la relevancia que el proceso de la traducción tiene a la hora de definir la inconmensurabilidad, que tanto Kuhn como Feyerabend han defendido, puede desencadenar un genuino problema de entendimiento pues «(...) parece improbable que podamos atribuir inteligiblemente a un hablante actitudes tan complejas como éstas [Davidson está ahora hablando de creencias e intenciones], a menos que podamos traducir sus palabras a las nuestras».
Para resolver este problema, primero necesitamos desarrollar una teoría del significado, la cual habrá de reunir cuatro requisitos para romper el círculo vicioso ya descrito: primero, aquel que conozca la teoría podrá interpretar las emisiones para las cuales la teoría es aplicable; segundo, se le podrá apoyar o verificar por medio de evidencia plausiblemente disponible, a saber, las conductas de los hablantes ante los enunciados; tercero, que el significado de los enunciados esté en función del significado de sus partes; y cuarto, que no haga referencia a ningún lenguaje intermedio, es decir, que vincule directamente el lenguaje objeto con el metalenguaje del intérprete sin antes tener que elaborar un manual de traducción entre el lenguaje objeto y el lenguaje del intérprete.
Segundo, para enunciados con deícticos, aquellos cuya verdad o falsedad varía según ciertos cambios en el mundo, p. ej.
Una vez aclarado lo anterior podemos regresar a su obra, en especial al comentario sobre el fallo total.
Pero no solo esto, pues al menos la posición kuhniana entraña un dualismo entre esquema conceptual y de contenido ininterpretado (empírico); este dualismo es, en palabras de Davidson (1974b), el tercer dogma del empirismo.
Sobre la idea de fallo parcial, Davidson concluye que su fertilidad es igualmente inexistente, interpretar términos ajenos siempre supone una interpretación caritativa en la cual finalmente se es capaz de reconocer las condiciones de verdad en las cuales el hablante ha formulado su proposición, es decir, el problema familiar se ha desvanecido con la misma respuesta que se ofreció ante el problema global.