Su historia se encuentra ligada a su posición estratégica en la desembocadura del río más largo de la península ibérica, el Tajo.
Su puerto natural era el más cómodo para el reabastecimiento de los barcos que comercian entre el mar del Norte y el Mediterráneo.
Además se encuentra en el extremo suroccidental de Europa habiendo sido un punto estratégico para las rutas comerciales con África y América.
Las primeras fuentes de agua en Lisboa, Portugal, fueron creadas en el siglo XVI durante el reinado del rey Manuel I.
La nueva ciudad debió haberse llamado Allis Ubbo o puerto seguro en fenicio, según una de las diversas teorías que hay sobre el origen del nombre.
Con el desarrollo de Cartago, también colonia fenicia, el "control" o contacto con Alis Ubbo, que venía ejerciendo Tiro pasó a manos cartaginesas.
Durante siglos, fenicios y cartagineses desarrollaron la ciudad desde un pequeño puesto comercial hasta un importante centro para el comercio con el norte.
Olissipo se alió al Imperio romano cuando estos, liderados por Décimo Junio Bruto Galaico, intentaron conquistar a los lusitanos y otros pueblos del noroeste peninsular.
Esta comunidad mozárabe, que seguía ritos y costumbres cristiano-visigodas, era muchas veces rechazada cuando entraba en contacto con los cristianos de los reinos del norte.
Estas sectas son formas de organización política con la que los autóctonos se revuelven contra los obstáculos puestos para su ascenso social por un sistema jerárquico en el que en primer lugar se encontraba una pequeña elite descendiente del profeta Mahoma, después los árabes de pura sangre, luego los bereberes o moros y al final los latinos arabizados y musulmanes.
Políticamente, las tensiones con Castilla son contrarrestadas por una alianza firmada en 1308 y que perduró ininterrumpidamente hasta hoy en día, con el principal centro comercial del continente, Inglaterra.
La Mouraria (morería) era el gueto correspondiente para los musulmanes, conteniendo la gran mezquita que estaba situada en la Rua do Capelão.
La ciudad está compuesta por calles estrechas y tortuosas, la mayoría de tierra batida, en la que las casas se alternan con las huertas.
La colaboración estrecha con los italianos, que dominaban la navegación en el Mediterráneo desde tiempos del Imperio romano trajo frutos a la ciudad de Lisboa.
Todos los proyectos de expansión terrestre en África son abandonados a cambio del comercio en las nuevas tierras descubiertas más al sur.
Los primeros son vendidos en la Praça do Pelourinho, siendo separadas las familias, y trabajan todo el día sin salario, algunos sujetos a un trato brutal.
Los piratas ingleses y holandeses, como Francis Drake atacan varias veces algunas plazas portuguesas pero no se atreven con Lisboa.
Con el oro, se fueron creando obras faraónicas basadas en la supremacía absoluta de las fuerzas sociales conservadoras, el clero y la aristocracia territorial.
Esto permitía no solo una correcta iluminación y ventilación sino también mayor seguridad (especialmente para facilitar el acceso a edificios en caso de incendios).
Además se les dotó de una buena base para evitar que un nuevo terremoto volviera a destruir la ciudad.
Algunas de ellas se mantienen abiertas en la actualidad como el Martinho da Arcada en el Terreiro do Paço; el Nicola en el Rossio, cuyo dueño (que era liberal) iluminaba la fachada tras cada victoria política progresista y otros.
Su política en Europa se basaba en la prohibición del comercio con Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda (RU).
Portugal rehusó aplicar dicha prohibición, por lo que Napoleón envió a Jean-Andoche Junot al frente de un ejército para conquistar el país.
La Junta del Supremo Gobierno pidió ayuda al Reino Unido que envió un cuerpo liderado por Arthur Wellesley y William Carr Beresford.
Casi toda su importancia comercial se resumía al monopolio que mantenía sobre los productos de las colonias portuguesas, especialmente Angola y Mozambique.
En estas avenidas se construyen palacetes junto a los nuevos edificios públicos como el Liceu Camões (1907) y la Maternidade Alfredo da Costa (1909).
A finales del siglo XIX hubo una lenta y poco vigorosa industrialización en Portugal pero se concentró en la ciudad de Lisboa.
Venidos en gran número del medio rural sin nada, se instalan en barriadas extensas, en los alrededores de la ciudad y era frecuente que los niños trabajaran durante largas jornadas en las fábricas.
Surgen los primeros barrios proletarios, cuyas habitaciones son construidas con mínimos costes por empresarios para atraer a la fuerza laboral.
Mientras tanto, las clases altas viven aún en una sociedad aparte, y no son capaces de actuar ante las nuevas exigencias excepto con la represión.