Este factor fue aprovechado para intentar aumentar las defensas en ambas ciudades, que se consideraban notablemente vulnerables.
Sin embargo, los españoles, al contrario que los bereberes, sí disponían de armamento pesado.
Las bajas totales de ese día para los españoles ascendieron a 21 muertos y 100 heridos.
[cita requerida] Sin embargo, la ausencia de firmeza a la hora de pacificar a sus súbditos enfurecía al gobierno español, que se encontraba en una delicada situación, con su ejército y economía cargando con todo el peso de las operaciones, mientras que el sultanato no hacía nada por volver al statu quo ante bellum.
Finalmente, el sultán envió un contingente al mando de Baja-el-Arbi para restablecer el orden, pero fueron derrotados por los cabileños, empeorando aún más las relaciones con el sultanato.
Margallo interpretó este hecho erróneamente, pensando que el centro de los rifeños se dispersaba presa del pánico, de modo que ordenó cargar contra las trincheras rifeñas, siendo rechazado con terribles bajas.
Durante esta acción destacó un joven y por entonces desconocido teniente llamado Miguel Primo de Rivera, quien más tarde sería recompensado por sus acciones con la más alta distinción, la Cruz Laureada de San Fernando y la promoción a capitán.
Pese al éxito parcial de esta última acción, no se logra romper el cerco a la ciudad.
Por otra parte, los rifeños empezaron a extender las trincheras y construyeron posiciones fortificadas, cortando las comunicaciones con los fuertes.
Los dos soldados que la recibieron fueron el capitán Juan Picasso y el teniente Miguel Primo de Rivera.
[2] Con la llegada de los cruceros Alfonso XII e Isla de Luzón, España comenzó a aplicar sobre las posiciones rifeñas toda su potencia naval, sometiéndolas a un intenso bombardeo sin descanso desde la costa.
Las potencias europeas observaron desde la lejanía, pero con mucha atención, los acontecimientos que se desarrollaban en Marruecos.
Madrid, sin embargo, poco interesada en crear un imperio en África y cuidadosa para no crear tensiones con el Imperio británico (que veía la extensión territorial de España por el estrecho de Gibraltar con alarma), solo solicitó aquellos territorios que el sultán estuviese dispuesto a ceder.