[3] Es en el gongorismo donde el poema despliega su grandeza, sus atributos estilísticos y la agudeza perceptiva del autor: las relaciones que el poeta establece entre los objetos del mundo y su concepción de éstos son rasgos que rigen su poesía y que lo conducen a exprimir las posibilidades del lenguaje hasta sus últimas consecuencias.
La égloga, la elegía, la epístola, la sátira y la oda eran géneros distintos que requerían un estilo particular en cada caso.
Ha de mantener cada asunto su lugar adecuado, el que se le ha atribuido.
Así, se enlistaron las cualidades y virtudes que estaba obligado a poseer el discurso para merecer una aprobación.
[15] Fue Horacio en su Epístola ad Pisones, quien dictaminó la proporción entre la importancia del fondo o contenido y la dificultad de la forma.
[16] El verso gongorino posee una complicada virtualidad estética, expresada a través de ciertos recursos formales.
En la obra aparecen una serie de vocablos que, sin ser necesariamente cultos o nuevos, aparecen con mucha frecuencia en el poema de Góngora, a modo de emblema lingüístico: breve, cerúleo, cristal, desatar, émulo, errante, espuma, grave, impedir, luciente, mentir, número, peinar, pisar, purpúreo, rayo, redimir, entre otros.
De la misma manera, abundan los participios vestido y calzado, seguidos del acusativo griego.
Su mayor utilidad radica en finalizar una estrofa o el poema entero con recortado énfasis y con gracia.
[25] Asimismo, el verso bimembre permite la unidad balanceada de dos sensaciones semejantes o contrarias.
[33] El concepto, a propósito de lo que decía Gracián, consiste en encontrar la correspondencia entre los objetos del mundo; los vínculos menos imaginados entre las cosas.
[39] Así, Góngora se liga al organismo total del arte coetáneo.
También se encuentran recursos como al elusión y la alusión (extraer del seno del objeto un punto de referencia más o menos remoto para establecer con él una relación: Belerofonte= Pegaso; garzón de Ida= Ganímedes).
[46] Por su parte, en lo que respecta a la introducción de cultismos y de palabras extranjeras, Martín Vázquez Siruela, otro apologista, argumentará en defensa del nuevo estilo al decir que solamente los grandes poetas, como Horacio o Virgilio, poseen la potestad para renovar el lenguaje.
[48] Del lado de quienes condenaban la nueva poesía, se encuentra Francisco Cascales quien defiende la claridad aristotélica.
Al mismo tiempo se oponía a la introducción de extranjerismos puesto que hacían incomprensible el poema, hasta para la propia persona culta.
[51] Previo al uso que se le dio en los siglos XVIII y XIX, el término culterano, así como los adjetivos de culto, bizarro, conceptuoso y crítico, tiene una honda tradición en las letras españolas del siglo XVI.
Finalmente, están aquellos que asimilaron y comprendieron la estética del modelo, el auténtico gongorismo.
Con las obras mayores de Góngora, se comenzó la reflexión en torno a la lírica.