p53

[1]​ En la especie humana, el gen p53 o TP 53, también llamado el guardián del genoma, se encuentra en el brazo corto del Cromosoma 17 (humano)(17p13) y codifica un factor de transcripción nuclear de 43,7 KDa.

Estas tres proteínas colaboran en una compleja red de interacciones que aún no se conoce en su totalidad.

Sin embargo, p53 es ubicuo (se expresa en todos los tejidos), mientras que p63 y p73 presentan especificidad tisular.

Esta proteína que, a su vez, podía unirse a una proteína transformante (el antígeno T mayor) del virus SV40, se encontraba prevalentemente en las células transformadas (inmortalizadas y potencialmente tumorigénicas) por este virus que en las células normales.

En células normales, el nivel de la proteína p53 es bajo porque se encuentra asociada a Mdm2, lo cual induce su ubiquitinación y destrucción por el proteasoma.

Esta "pausa" en la progresión del ciclo celular da tiempo a reparar los daños producidos en el ADN.

p53 también interacciona directamente con la endonucleasa AP y la ADN polimerasa que están implicados en la reparación por escisión.

p53 también induce ciertas proteínas, como GADD45 (por growth arrest and DNA damage) que colaboran en la reparación del ADN.

Si el daño se repara correctamente, p53 estimula la síntesis de Mdm2, activando su autodestrucción y la progresión en el ciclo celular.

Iniciación del proceso de senescencia, que es una parada permanente en el ciclo celular, caracterizada por cambios específicos en la morfología y en la expresión génica, que la diferencian de la quiescencia o parada celular reversible.

Sin embargo, no está claro cómo decide la célula si debe reparar su ADN o entrar en apoptosis.

Pero si ésta no es efectiva y p53 continúa acumulándose, se activarían los genes pro-apoptosis.

En resumen, p53 enlaza los procesos de daño en el ADN con reparación, parada en el ciclo celular y apoptosis.

Se han utilizado vectores retrovirales e incluso una expresión muy limitada temporalmente es suficiente para inducir la apoptosis de las células.

En 1995 comenzaron los primeros ensayos clínicos con la inyección directa de los retrovirus en tumores bronquiolares.

No se