[1] Un oscuro asunto en que resultó herido en el pecho, según Ramón de Mesonero Romanos, testimonia la fama que alcanzó: lo visitó toda la nobleza, incluso el propio rey, que preguntó todos los días por su evolución, le mandó sus propios cirujanos e incluso llegó a prohibir el paso de carruajes por delante de su casa y mandó llenar de arena el empedrado para que ningún ruido le molestase mientras se reponía.
[4] Se le había vinculado al bando profrancés del cardenal Luis Fernández Portocarrero.
Todo el mundo le saca punta mala y veneno satírico a cualquier verso que escriba: Solo el constante favor real y su honradez funcionarial protegían al angustiado dramaturgo; tras su ejemplar desempeño en Cabra (Córdoba), le nombraron en 1694 visitador general de alcabalas, tercias, cientos y millones de las ciudades de Córdoba, Sevilla, tesorerías de Málaga, Jerez, Sanlúcar, Gibraltar y Ronda; además tuvo que marchar y socorrer a la Ceuta asediada largamente por el rey de Marruecos, ganándose el aprecio del Marqués de Valparaíso que la gobernaba;[1] incluso pudo volver a Madrid en 1696.
De entonces son su «Descripción y viaje del Tajo» (Obras líricas, 1729, pp.
Es considerado por algunos investigadores como el último gran referente del Siglo de Oro español.
[7] Sus pocas pertenencias pasaron legadas a su hijo natural, Félix Leandro José, nacido en Madrid en 1691.
Para don Antonio Martín había escrito Bances unas Reglas y método de formar una librería selecta al excelentísimo Duque de Alba que se dan por perdidas, seguramente en los incendios del archivo del Duque o sus numerosos traslados.
Se conservan solo tres cartas autógrafas, copias parciales de otras treinta y un memorial donde Bances acoge su cursus honorum y solicita el corregimiento de Carrión.
Sus graciosos, por el contrario, poseen una función burlesca desmitificadora y metateatral, aunque evita más escrupulosamente que otros autores los comentarios soeces, vulgares o escatológicos hasta el punto de dotarlos de ciertas virtudes señoriales y caballerescas algo inapropiadas, pero que le confieren ya al autor cierto aire prematuramente neoclásico; puede escribir como un castizo Lope o un complejo Góngora.
Y parodia también los tópicos en su poesía burlesca, con mucha gracia: Es un humorista burlesco, maestro de la eutrapelia, pero se detuvo en la orilla de lo grotesco, al contrario que Quevedo y sus discípulos.