Empezaron a tener popularidad en el marco del proceso higienista del siglo XVIII, cuando los muertos comenzaron a ser enterrados de manera individualizada no por razones teológicas o religiosas, sino por razones político-sanitarias para evitar enfermedades.
[1] Así aparecieron los cementerios en las periferias de las poblaciones, enterrando a los muertos bajo control, alineados, analizados, reducidos y aislados.
[7] Las fosas sin señalizar consiguen de este modo ocultar el resultado de sus atrocidades, pasando inadvertidas durante décadas e impidiendo a los familiares honrar a sus difuntos.
En algunos casos, las fosas son exhumadas[8] y en otros se producen resignificaciones de las mismas, construyendo monumentos.
[10] Las fosas comunes albergaban bebés no natos, sin bautizar, personas que se habían suicidado o que confesaban otras religiones o ninguna.