Al frente de toda esta facción nobiliaria se hallaba Fernán Sánchez de Castro, cuya madre, Aldonza de Antillón, se proponía enemistar al rey Jaime el Conquistador con su hijo y heredero, el infante Pedro.
El futuro Pedro III ordenó la muerte de su hermanastro, disponiendo que fuera ahogado.
Esto da a entender que Fernando Sánchez de Castro fue alguien muy querido para el rey, quien a veces se fiaba más de él que del infante Pedro, al menos hasta el final de su reinado en donde se encaja su revuelta contra su padre que le acabaría costando la vida.
A pesar de esto, estaba dispuesto a escucharle y puede que incluso perdonarle, ya que le felicitó por ir a reunirse con él, prohibió al infante Pedro atentar contra su hermanastro y amparó sus bienes por un mes los días 10, 11 y 13 de octubre respectivamente.
Aun así, el infante Pedro atacó los bienes de Fernando, que según Jaime I serían indemnizados.
El sepulcro se encuentra cobijado por un arcosolio, y descansa apoyado sobre columnitas.
Sobre el sepulcro rectangular se encuentra la estatua yacente, que representa a un caballero revestido con cota de malla y casco, al estilo de la época.
El cuerpo del caballero se encuentra protegido por un pavés de tamaño considerable, que apenas permite observar la pequeña espada que empuña el yacente.
Hay diversas efigies en el tímpano del arcosolio y sobre este aún continúan los relieves; dos ángeles aparecen acompañando al cielo el alma del difunto, y otros dos forman contraste en los costados del monumento, que se haya rematado por una cornisa, donde entre adornos de carácter gótico destacan algunas metopas decoradas con gusto mudéjar.