Braulio de Zaragoza

Murió en Zaragoza el año 651 y fue sucedido en la diócesis episcopal de dicha ciudad por Samuel Tajón.

Aunque existen dudas sobre su canonización formal,[6]​ la Iglesia católica lo incorporó al Martirologio Romano y fijó la fecha de su conmemoración para el 18 de marzo, día que llegó a celebrarse hasta, al menos, 1809.

Y, en tercer lugar, hay quien establece el origen de esta familia hispanorromana en Gerona o sus aledaños, territorio perteneciente por entonces a la provincia tarraconense.

Y por otra, que Juan falleció en 631 a los 50 años de edad.

Por estas razones, se afirma que Braulio ya era mayor de treinta años en 631.

Su infancia, adolescencia y años de estudio en Sevilla debieron ocuparle hasta los 35 años, fecha en que llegó a Zaragoza para ser arcediano de su hermano Juan, recién nombrado obispo cesaraugustano en 620.

No quedaba rastro de las escuelas retóricas tardorromanas ni del pedagogo vagabundo que intentó suplir su ausencia.

No se había desarrollado la educación monástica y todavía faltaba mucho tiempo para el advenimiento de la escuela catedralicia carolina.

Los casos de rebeldía se solucionaban enviando al infractor a un monasterio para conseguir su arrepentimiento y reforma.

No se conoce cuándo viajó a Sevilla pero hay datos que permiten conjeturar tal fecha.

Isidoro contestó a su amigo Braulio, pero le indicaba que el rey aún no había tomado una decisión al respecto.

Mientras se desarrollaban las sesiones del VI Concilio de Toledo, llegó a la ciudad un diácono llamado Turnino con una carta del Papa Honorio I, escrita en el año 637 y que se ha perdido.

Los obispos encargaron la respuesta a Braulio de Zaragoza; en ella, el prelado cesaraugustano reconocía la supremacía del Papa y su derecho a interesarse por la actividad de todas las Iglesias, pero alegaba que las propuestas del pontífice, que no conocemos en detalle, ya habían sido planteadas por Chintila, y que la coincidencia de pareceres debía ser obra de la divinidad; continuaba afirmando que los obispos hispanos no habían descuidado sus deberes pero que la lentitud en las conversiones no era debida a descuido o miedo, sino que la causa era que a los judíos debía convencérseles mediante una constante predicación, y por tanto no eran justas las críticas del papa, al que de pasada señalaba en error en una cita bíblica; para demostrar los hechos expuestos, Braulio remitía al papa copias de las actas del Concilio, y de los diez cánones dedicados a los judíos, del 57 al 66, en el IV Concilio toledano; Braulio aconsejaba al Papa no dejarse engañar por falsos rumores, y explicaba que los obispos hispanos no se habían dejado engañar por el rumor de que el papa autorizaba a los judíos conversos a volver a su religión, a la que Braulio califica como superstición, y exponía que ningún hombre, por grande que fuera su delito, debía ser castigado con penas tan severas como las que proponía el papa y, conociendo las leyes existentes en la Hispania visigoda, las propuestas del papa debían ser monstruosas hasta un extremo tal que los obispos en general y Braulio en especial se atrevían a desafiar al Pontífice y a poner en evidencia su falta de conciencia y conocimientos cristianos, pues tales castigos carecían de apoyo legal y moral, ni en los cánones ni en el Nuevo Testamento.

Braulio de Zaragoza e Isidoro de Sevilla en una miniatura otoniana del siglo X .