Para algunos investigadores, por el peso fundamental de su obra, estaríamos ante un «auténtico imaginero del siglo XX».
El violín fue un instrumento que dominaba e incluso llegó a construir.
En la capital de España permanecería durante los años 40 aprendiendo y mejorando su trabajo escultórico.
Coetáneos del momento, aunque más jóvenes en edad, son Antonio Loperena que tenía su taller en Tudela y trabajaba preferentemente para la zona Sur de Navarra y José Luis Ulibarrena, centrado en esa época en su aventura americana.»[4] En la etapa final de su vida la natural decadencia tanto artística como física le llevó a trabajar durante los años 80 de manera más esporádica.
Retomó presencia en los medios tras los actos vandálicos que destrozaron el grupo escultórico dedicado a San Ignacio de Loyola y que el mismo se encargó de reparar.