También interpretó papeles masculinos, incluido el del príncipe Hamlet en la obra homónima de Shakespeare.
Rostand la llamó «la reina de la pose y la princesa del gesto», mientras que Hugo elogió su «voz dorada».
En esta época sufrió un accidente que muchos años después le acarrearía graves problemas de salud.
En este colegio participó en su primera obra teatral, Tobías recupera la vista, escrita por una de las monjas.
Tras abandonar Grandchamp a los 15 años, su madre trató de introducirla en el mundo galante para que se ganara la vida como cortesana, pero Sarah, influida por su educación conventual, se negó repetidamente a ello.
Tres semanas más tarde fue contratada por el Teatro Gymnase, donde hizo siete pequeños papeles en distintas obras.
Tres años más tarde, en 1867 debutó en el Teatro del Odéon con Las mujeres sabias (Les femmes savantes) de Molière.
Sarah, además, hizo por primera vez en esta obra un papel masculino, el del trovador Zanetto.
Hizo papeles de hombre en varias obras más (Lorenzaccio, Hamlet y L'Aiglon).
Tras la derrota francesa y la caída de Napoleón III, muchos intelectuales, exiliados por estar en contra del emperador, pudieron regresar a Francia, entre ellos Victor Hugo.
Detestaba profundamente las viejas normas del teatro francés, donde los actores declamaban histriónicamente y hacían gestos exagerados.
Escribió también tres libros: su autobiografía titulada Ma double vie, Petite Idole y L´art du Théâtre: la voix, la geste, la pronontiation.
Bernhardt se especializó en representar las obras en verso de Jean Racine, tales como Iphigénie, Phèdre o Andromaque.
En 1879 realizó su primera salida de Francia, concretamente a Inglaterra, donde estuvo seis semanas haciendo dos representaciones diarias y obtuvo un éxito rotundo.
Bernhardt tuvo una agitada vida sentimental, en la que destacan nombres como Louise Abbèma[1], Gustave Doré, Victor Hugo, Jean Mounet-Sully, Jean Richepin, Philippe Garnier, Gabriele D'Annunzio y Eduardo, Príncipe de Gales, entre otros.
Se casó una sola vez, con un oficial griego llamado Jacques Aristidis Damala, hijo de un rico armador —nacido en El Pireo en 1842— era adicto a la morfina.
Tras su esplendorosa primera gira americana, que le había hecho ganar una gran fortuna, Bernhardt arrendó el teatro Porte-Saint-Martin en 1883.
Durante sus giras, el teatro permanecía abierto y se estrenaban obras continuamente con distinto éxito comercial.
Su otra hermana, Jeanne, también fue cortesana durante una época y siempre que tenía necesidad de dinero.
Jeanne era una actriz mediocre, pero hacía pequeños papeles y vivía una vida de lujo junto a su hermana.
Vivió siempre a su sombra, malgastando auténticas fortunas en el juego, en viajes y en una vida regalada.
En Nueva York representó la obra en el Metropolitan Opera House y cosechó un enorme éxito.
Bernhardt, cuando la vio, se horrorizó y mandó destruir el negativo, que afortunadamente todavía existe.
En 1922 vendió su mansión en el campo de Belle-Île-en-Mer, donde había rodado años atrás una película documental sobre su vida.
A pesar de ser llamada «la divina Sarah» por su carácter excéntrico y caprichoso, Sarah Bernhardt trabajó en innumerables proyectos teatrales demostrando un carácter perseverante, una gran profesionalidad y dedicación a su arte.
También insistió en que los artistas deben expresar sus emociones con claridad y sin palabras, usando «el ojo, la mano, la posición del pecho, la inclinación de la cabeza...
Es adorable, es mejor que hermosa, tiene movimientos armoniosos y miradas de seducción irresistibles»[3].
Su interpretación en 1882 de Fédora fue descrita por el crítico francés Maurice Baring en los siguientes términos «Una atmósfera secreta emanaba de ella, un aroma, una atracción que era a la vez exótica y cerebral... Ella literalmente hipnotizó a la audiencia» y jugó «con tal tigre pasión y seducción felina que, ya sea buen o mal arte, nadie ha podido igualar desde entonces»[4].
En 1884, Sigmund Freud vio a Bernhardt interpretar a Theodora y escribió: También tuvo sus críticos, particularmente en sus últimos años entre la nueva generación de dramaturgos que abogaban por un estilo de actuación más natural.
Poco antes de morir, Wilde escribió: «Las tres mujeres que más he admirado en mi vida son Sarah Bernhardt, Lillie Langtry y la reina Victoria.