Los años 860 estuvieron marcados por una profunda crisis, con rebeliones de sus hijos en Francia Oriental, así como luchas para mantener la supremacía en el reino.
Pasó sus primeros años en la corte de su abuelo Carlomagno, que se dice le profesaba especial afecto.
En 828 y 829 encabezó dos campañas contra los búlgaros que pretendían penetrar en Panonia sin gran éxito.
[9] Su participación en la primera guerra civil contra su padre fue limitada, pero en la segunda sus hermanos mayores, Lotario I, por entonces rey de Italia, y Pipino I, duque de Aquitania, le convencieron para invadir Alamannia, que su padre había entregado a su hermanastro joven Carlos el Calvo, prometiéndole más territorio en la nueva partición que se haría tras la victoria.
[10] Ludovico Pío le desheredó, pero no tuvo efecto; el emperador fue capturado poco después por sus hijos y depuesto.
Durante su breve restauración, sin embargo, el emperador Luis hizo las paces con su hijo y le restituyó legalmente Baviera en 836.
Tras la muerte del emperador, Lotario reclamó todos los derechos imperiales establecidos en la Ordinatio imperii de 817, ante lo que Luis y Carlos el Calvo forjaron una alianza.
Según los Annales Fuldenses, fue el mayor derramamiento de sangre que los francos habían visto desde tiempo inmemorial.
Luis entró en Francia Occidental en 858 animado por sus sobrinos Pipino II y Carlos de Provenza.
Carlos no pudo ni reunir un ejército para detener la invasión y huyó a Burgundia.
Sin embargo, la traición y la deserción entre sus hombres, así como la lealtad de los obispos aquitanos a Carlos, hicieron fracasar la empresa.
Cuando Lotario II murió en 869, Luis se hallaba gravemente enfermo y sus ejércitos luchaban contra los moravos.
Fue enterrado en la abadía de Lorsch; dejó tres hijos varones y otras tantas mujeres.
Sus hijos respetaron la división acordada una década antes y se contentaron con sus propios reinos, actitud que sorprendió dadas sus acciones anteriores.
Con este propósito, el abad Sigihard von Fulda emprendió un viaje a Roma para visitar al papa Juan VIII.
Durante su estancia, concedió la abadía de Berg im Donaugau como donación a la Marienkapelle, construida por él.
Esto le facilitó ser la región en la que más sínodos episcopales y asambleas imperiales eran celebrados.