Urbanismo feminista

El urbanismo feminista es una teoría y un movimiento social sobre el impacto del ambiente construido sobre las mujeres.

[3]​ El urbanismo feminista también se refiere a las formas, tanto positivas como negativas, en las que el entorno construido influye en las relaciones, libertades, oportunidades, movilidad y actividades diarias de las mujeres.

[10]​ Federici afirma que este encierro se hizo natural, como si la domesticidad fuera simplemente una condición y un deseo inherentes a las mujeres.

[17]​ La politóloga Hannah Arendt afirmó que “la ciudad es una memoria organizada, y en la historia las mujeres son las olvidadas”.

[19]​ La forma en que se han construido las ciudades ha contribuido a reforzar los roles familiares, sociales y laborales patriarcales.

[23]​[22]​ Históricamente, las ciudades también han ofrecido a las mujeres más libertad que las comunidades rurales.

Las opciones disponibles para las mujeres son exponencialmente más altas en las ciudades debido a su inherente heterogeneidad demográfica, tamaño y enfoque impulsado por el mercado.

[24]​ Jane Dark, geógrafa feminista, defendía que cualquier asentamiento es una inscripción en el espacio de las relaciones sociales en la sociedad que lo construyó, nuestras ciudades son patriarcados escritos en piedra, ladrillo, vidrio y hormigón.

[25]​ La mercantilización del espacio también puede dar lugar a un entorno construido que no reconoce, responde o respeta la influencia histórica, cultural y social de un lugar específico, por lo que los edificios juegan un papel importante en la normalización o promoción de la desigualdad.

Así, las mujeres han carecido de representación y participación en la planificación del espacio urbano.

Inés Sánchez de Madariaga argumenta que reconocer a las mujeres como individuos urbanos y comprender las diferencias clave en la forma en que experimentan la vida cotidiana en las ciudades (en comparación con los hombres) es un paso importante para lograr entornos urbanos justos y equitativos.

La teoría propone abrazar la cultura y los recursos locales, rechazando la universalización del espacio o la política, adaptándolos más bien a las necesidades de las diferentes comunidades.

[38]​ Ella argumenta que vivir en un mundo impulsado por la competencia y la prosperidad individual a expensas de los demás es una receta para la derrota.

[44]​ Estos desarrollos habitacionales eran predominantemente dependientes del automóvil, alejados de los espacios comerciales, centros económicos y otros servicios, lo que aumentaba la dificultad de gestionar las tareas domésticas y las demandas profesionales.

[45]​ Las mujeres no podían acceder fácilmente a oportunidades laborales, participar en la vida política o socializar más allá de su entorno inmediato.

Muchas de las soluciones para responder a los problemas urbanos se han basado en el mercado, lo que requiere un pago adicional para acceder a servicios convenientes como cuidado de niños, vivienda segura o servicios en el vecindario.

[46]​ Además, los departamentos urbanos todavía luchan por responder a las necesidades cambiantes de las familias.

[48]​ La vivienda tanto en entornos urbanos como suburbanos puede ser más igualitaria al responder a las necesidades de las familias de servicios asequibles, accesibles, sostenibles y bien interconectados, que permitan que tanto hombres como mujeres participen por igual en el trabajo doméstico y profesional compartido.

Finalmente, todos los servicios deben ser accesibles a través de redes peatonales bien diseñadas y complementadas con otras necesidades de infraestructura, como sistemas de sombra, asientos, baños públicos, etc.[49]​ En The Grand Domestic Revolution, Dolores Hayden describe múltiples proyectos desde el siglo XIX que han buscado socializar el trabajo doméstico y fomentar la colaboración en entornos domésticos.

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