Bernhard, a 2469 metros sobre el nivel del mar, unos monjes fundaron en el siglo XI un hospicio para viajeros y peregrinos.
Allí se criaron, desde mediados del siglo XVII, perros grandes de montaña para guardia y vigilancia.
La existencia de aquellos perros está documentada gráficamente desde 1695 y por escrito en unas crónicas del hospicio desde el año 1707.
Estos perros de gran tamaño se convirtieron en pocas generaciones, siguiendo un patrón ideal, en la raza actual.
El santo, teólogo y erudito católico formaba parte de la Orden Cisterciense o mejor conocidos como Trapenses, ya que sus compañeros (los monjes trapenses) en Suiza tenían como compañero un perro de esta raza alrededor del siglo XVI.
Dichos cambios son descritos exactamente como deseables en los estándares de la raza.
Hay que prestar especial atención cuando se le suministre cualquier tipo de sedante o similar, ya que suelen tener en algunos casos una cardiomiopatía dilatada no diagnosticada, lo cual podría tener consecuencias fatales para ellos.
Se necesitan dos cosas fundamentales para su cuidado: limpiarles las orejas y sacarles las legañas.
Actualmente un buen san bernardo para acceder al campeonato nunca tendría que estar -salvo algunas excepciones- por debajo de los 80–82 cm y exceder tal límite para alcanzar por arriba si es posible los máximos del dogo alemán y del Irish wolfhound aunque con mayor volumen, mayor longitud del tronco y mayor peso, naturalmente.
En películas y dibujos animados antiguos se representa a los san bernardos con barriles de brandy colgados del cuello, supuestamente para reanimar los alpinistas accidentados (lo cual es una mala idea, ya que beber alcohol puede acelerar el proceso de hipotermia).