[1] Juan Pablo II publicó esta carta apostólica en coincidencia con el inicio del vigésimo quinto año de su pontificado.
Esta carta apostólica trata sobre el rosario, devoción que, como decía san Pablo VI, es representación y compendio del mensaje del Evangelio: El Rosario, aunque claramente mariano en el carácter, es en el fondo un rezo cristocéntrico.
[3] En la carta apostólica se cita a san Luis María Grignion de Montfort: «Como quiera que toda nuestra perfección consiste en el ser conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, la más perfecta de la devociones es, sin duda alguna, la que nos conforma, nos une y nos consagra lo más perfectamente posible a Jesucristo.
Ahora bien, siendo María, de todas las criaturas, la más conforme a Jesucristo, se sigue que, de todas las devociones, la que más consagra y conforma un alma a Jesucristo es la devoción a María, su Santísima Madre, y que cuanto más consagrada esté un alma a la Santísima Virgen, tanto más lo estará a Jesucristo»[4]En la espiritualidad medieval, la devoción cristiana desarrolló una orientación cristocéntrica notable que se consolidó bajo la influencia del monacato que hizo fuerte hincapié en la humanidad de Jesús, según se veía en los misterios de su vida terrenal.
Estos cinco "misterios luminosos" se enfocan en reflexionar sobre los acontecimientos del ministerio público de Jesús:[6] El documento declara que cada misterio "es una revelación del Reino ahora presente en la misma persona de Jesús".