[4] Por ausencia de Williams Rebolledo, las fuerzas aliadas se encontraban al mando del peruano Manuel Villar Olivera.
Manteniéndose a poca máquina, los buques esperaron toda la noche algún movimiento de la escuadra aliada, realizando algún disparo, pero sin obtener respuesta.
Al ver que los barcos chileno-peruanos no se movían, se decidió regresar a Valparaíso para reunirse con el resto de la escuadra española e informar a Méndez Núñez.
Los buques aliados, sin embargo, ya se encontraban en muy mala situación antes del combate: el Lautaro estaba totalmente inutilizado por un accidente en sus calderas, mientras que la Apurímac y la América se encontraban con sus máquinas en reparaciones y no podían moverse.
[6] Las fragatas españolas salieron a mar abierto bordeando la isla Grande de Chiloé por el sur, por la misma zona que habían usado para entrar a los canales de Chiloé.
Méndez Núñez había decidido organizar una nueva expedición para enfrentarse a la flota combinada chileno-peruana.
Chile había rechazado las propuestas británicas y francesas para poner fin al conflicto, por lo que el comandante general decidió partir esta vez él mismo, a bordo del buque insignia de la Escuadra del Pacífico, la fragata blindada Numancia.
Por su parte, la flota aliada levó anclas y marchó hacia un apostadero más seguro a la vuelta de Williams Rebolledo.
Aunque los buques aliados no pudieron ser destruidos, éstos permanecerán en su refugio durante el resto de la guerra.
La inactividad de la flota combinada provocó que en Perú y Chile se la conociera como la «Armada Invisible».