Aunque los buques aliados no pudieron ser destruidos, estos permanecerán en su refugio durante el resto de la guerra.
La inactividad de la flota combinada provocó que en Perú y Chile se la conociera como la «Armada Invisible».
Su misión era localizar y destruir a la flota combinada chileno-peruana que los informes situaban, con acierto, oculta en el archipiélago de Chiloé.
El Jefe de la Escuadra aliada, el chileno Juan Williams Rebolledo había ordenado organizar un apostadero donde reunir a los barcos bajo su mando en una ensenada resguardada tras la isla Abtao, cuya estrecha boca había sido artillada para una mejor defensa.
Esta acción, que pasó a ser conocida como el combate de Abtao, acabó sin un resultado claro.
Finalmente se echaron a pique en la misma boca una lancha y el vapor de hélice chileno Lautaro, que había quedado inutilizado por un accidente en sus calderas, para obstruirla.
Allí, la Blanca recibió carbón procedente de la Numancia, buque que podía almacenar mucha más cantidad.
Las naves dejaron de verse la una a la otra, por lo que fue necesario cada cierto tiempo disparar los cañones, encender bengalas o tocar las cornetas.
A las 14:30, cuando por fin aclaró algo, descubrieron que las corrientes les habían arrastrado hacia el sur.
En Coronel apresaron dos bricbarcas cargadas con mil toneladas de carbón entre las dos, una prusiana y la otra italiana.
En esta ocasión se trataba de un buque mercante que llevaba pasajeros desde Nueva York a San Francisco.
Al día siguiente, las fragatas españolas y todas sus presas volvieron a ponerse en movimiento.
La inactividad de la flota combinada provocó que en Perú y Chile se la conociera como la «Armada Invisible».