Peter Kingsley (1953) es un filósofo británico, autor de seis libros y numerosos artículos en el área de la filosofía antigua, incluyendo Ancient Philosophy, Mystery and Magic (Filosofía antigua, misterios y magia), In the Dark Places of Wisdom (En los oscuros lugares del saber), Reality (Realidad), A Story Waiting to Pierce You, Catafalque: Carl Jung and the End of Humanity (Catafalco.Kingsley ha explicado en entrevistas que se le ha considerado erróneamente como a un especialista académico cuya trayectoria se desviaría de la objetividad investigativa para retomar una orientación personal en la temática de su obra.En su labor más reciente, Kingsley argumenta que los textos esotéricos cuyo propósito es el narrar o inducir experiencias místicas no pueden ser propiamente entendidos desde una "perspectiva exterior"; si es que ha de existir, su comprensión debe partir de la experiencia personal propia del lector.En consecuencia, no habría nada que “dejar atrás” según se avanza en el camino espiritual.Su misticismo no se aproximaría así a la idea habitual de un ascetismo que niega los sentidos y los disocia del cuerpo.[3] Asimismo, Kingsley sostiene que las palabras empleadas por Parménides en el prólogo de su poema, y las imágenes que estas evocan, describirían en efecto el descenso al averno del iniciado, indicando así que existían ciertos antecedentes místicos en conexión con una antigua práctica de curación y meditación conocida como la incubación.Kingsley indica que la evidencia arqueológica se ajusta correctamente a un contexto de incubación ya de por sí eludido por el propio prólogo del poema, y que aquel quedaría así confirmado.La profunda afinidad que existe entre las enseñanzas de Parménides y Empédocles se puede asimismo evidenciar en la parte central, o lógica, del poema de Parménides, el llamado "Fragmento Ocho" o "El Camino a la Verdad".Varios factores apuntarían a la conclusión de que este fragmento no presenta simplemente una postura monista material o metafísica: los motivos iniciáticos que se encuentran en el prólogo del poema, el carácter hímnico del marco y del lenguaje del "Fragmento Ocho", la diosa anónima que pronuncia el texto, y la figura histórica de Parménides como sacerdote consagrado al culto de Apolo.Por consiguiente, en el universo de Parménides, así como en el cosmos de Empédocles, todo es divino — y lo que es más importante, lo divino no se encuentra en "otra parte", sino aquí y ahora.La poesía de Empédocles posee todo lo necesario para llevar a cabo este proceso orgánico.Por su parte, Parménides emprende el viaje a las profundidades del averno — el mundo de la muerte— donde se encontrará con la diosa que Kingsley identifica como a Perséfone, la reina de los muertos.[3] En un último lugar, tanto Parménides como Empédocles remarcan la absoluta necesidad de aceptar incondicionalmente el movimiento para poder así alcanzar la quietud divina.Y para Empédocles, el eterno movimiento del ciclo cósmico termina dando paso a la inmovilidad.Los griegos, Parménides y Empédocles incluidos, llamaban a esta divina facultad el mêtis, cualidad poseída por los dioses y otorgada a ciertos mortales que, bajo circunstancias especiales, se veían favorecidos por ellos.