Estas tareas inhumanas serían costeadas por la población correntina, lo que causó indignación popular e inmediata reacción contra la orden.
Blancos, negros e indios mezclaban su sangre para dar origen al tipo humano propio de esta zona: el gaucho.
La fortaleza de los comerciantes correntinos se debía a que el entorno agrícola constituía un excelente mercado para los productos importados.
El resto de la población provincial vivía dispersa en los campos, sin contactos frecuentes con la ciudad, donde residían los propietarios poco preocupados por la actividad en sus estancias.
Desde un principio, los correntinos discreparon con la política rosista, que pese a proclamarse federal, no era sino la de Buenos Aires y sus estrechos intereses locales.
Este terrible recuerdo quedó grabado para siempre en la memoria de muchos federales que jamás perdonarían a Urquiza esa matanza injusta.
La alineación adoptada por Corrientes sería decisiva, ya que su apoyo a cualquiera de los dos bandos podría determinar quién obtendría la victoria.
Si bien ideológicamente el gobierno de Corrientes sentía grandes simpatías por la revolución porteña, era demasiado riesgoso apostar todas las cartas a una provincia cuyo rumbo político todavía no estaba definido.
Sin mercados para la colocación de su producción, los colonos no pudieron constituir una clase media agrícola, que era lo pretendido por la nueva este liberal.
Cuando el invasor se retiró, la ciudad fue saqueada,[14] quedando la provincia a merced de los caudillos militares que habían resistido.
Los dirigentes del Partido Liberal reaccionaron y estrecharon filas con los jefes militares adictos, organizando un ejército revolucionario que salió a la lucha.
En Entre Ríos, una revolución federal comandada por Ricardo López Jordán promovió un levantamiento contra el gobernador Justo José de Urquiza, que fue asesinado.
A días de la asunción del nuevo mandatario estrecharon contactos con jefes militares adictos para derrocar al gobernador Justo.
Se constituyó una junta de gobierno compuesta por los tres principales dirigentes del fusionismo: los doctores Gregorio Pampín, Tomás Vedoya y Emilio Díaz.
En los comicios de 1874 triunfó llevando al gobierno a la fórmula Avellaneda-Acosta, que contó con el apoyo del oficialismo correntino.
Se produjo entonces un hecho muy significativo: este último cambió de nombre, adoptando la denominación "Partido Autonomista", que conserva hasta la actualidad.
Pero el Partido Liberal, que se autoproclamó verdadero vencedor, no reconoció a las nuevas autoridades, jurando también sus candidatos ante sus respectivos electores.
Derrotados los últimos focos autonomistas, los liberales consolidaron su poder y el colegio electoral nombró gobernador titular al doctor Cabral.
Se constituyó una junta civil (un triunvirato, integrado por Juan Valenzuela, Pedro T. Sánchez y Fermín E. Alsina) encargada de gobernar hasta la llegada del interventor, Leopoldo Basabilbaso.
La crisis estalló cuando en 1907 el presidente de la Legislatura y vicegobernador, Manuel Bejarano, eligió senador nacional al caudillo autonomista Juan Ramón Vidal.
Como bien lo expresa Emilio Córdoba Alsina "no había diferencias ideológicas profundas entre autonomistas y liberales, ni éstos buscaban el poder por razones muy diferentes a aquellos; pero incuestionablemente, los liberales gobernaron con más respeto por las libertades cívicas que sus adversarios; es probable asimismo, que los autonomistas fueran más realistas en la comprensión de la realidad correntina.
Ya no habría más revoluciones ni guerras civiles, y en varias oportunidades se comprometieron a gobernar juntos.
No obstante, la intervención se postergó, pero en 1928 cuando Hipólito Yrigoyen volvió al gobierno, decretó una nueva serie de "reparaciones provinciales" que incluían a Corrientes.
Muchos pensaron que los aliados autonomistas y liberales no iban a tolerar el avasallamiento de sus autoridades terminando la intervención radical en una nueva guerra civil.
Los cinco diputados nacionales que obtuvieron entre 1932 y 1938 tuvieron pues un papel decisivo, ya fuera en favor o en contra del presidente Agustín P. Justo.
El radicalismo yrigoyenista, proscripto por ley o de hecho, volvió a adoptar su viejo estilo revolucionario, al tiempo que ganaba más adeptos.
Ello motivó que algunos liberales colaboraran con el gobierno y hasta se alinearan en las filas políticas del oficialismo, abdicando de su anterior identidad.
Un nuevo líder de formidable iniciativa se propuso reconstruir la integridad del partido, reconciliándose con los que habían adherido al régimen depuesto.
El Partido Autonomista apoyó a la fórmula de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) Piragine Niveiro-Gómez, que finalmente obtuvo la victoria.
Un año después, el pacto, Autonomista-Liberal presentó en las elecciones provinciales al binomio Diego Nicolás Díaz Colodrero-Salvador Di Tomasso que triunfó holgadamente.