La experiencia de esta guerra muestra los daños que sobrevendrían si no desparecen el odio y la amistad en las relaciones internacionales, y no solo por los perjuicios para el progreso de la civilización.
El papa recuerda cómo la enseñanza más insistente del Señor a sus discípulos fue siempre la de la caridad que debe reinar en las relaciones entre las personas.
Entre otros motivos que aconsejaban esa sociedad, la encíclica se refiere a la necesidad de suprimir o reducir al menos los enormes presupuestos militares, insoportables para los Estados.
El papa recuerda la experiencia histórica que supuso el influjo del espíritu de la Iglesia en los pueblos bárbaros que asolaron Europa; y en ese sentido evoca la palabras de San Agustín.
Concluye el papa volviendo al punto de partida de la encíclica: exhorta en primer lugar a loa católicos para que olviden la rivalidad y las injurias que puedan haber sufrido, uniéndose con el vínculo de la caridad; y ruega a todas las naciones para establezcan entre sí un paz verdadera.