Esto no debió ser ninguna sorpresa para el papa que había visto como eran rechazados sus propuesta para acabar con la guerra o al menos mitigar su efectos.
En esta situación, Benedicto XV expone en la carta los únicos de pacificación que no pueden ser obstaculizados por las potencias vencedoras: en primer lugar la súplica confiada a Dios, y junto a esto la petición a los católicos para que acepten y cumplan los acuerdos para la paz que se tomen en la conferencia que va a celebrarse.
Tras expresar su alegría que supone para todos el fin de las guerra, el papa eleva el pensamiento a Dios, que movido a misericordia ha atendido del oración de todos los justos y ha permitido que la humanidad quede libre del dolor y sufrimiento de la guerra.
Por esto necesitan de la ayuda divina, Se trata de una cuestión vital pare el género humano, por ellos todos los católicos, sin excepción, movidos por la fe que profesan deben alcanzar con sus ruegos, para los delegados que acudirán a ese congreso, "la sabiduría que asiste al trono del Señor".
Por esto el papa pide a los obispos que se apresuren a ordenar que en todas las parroquias de sus diócesis se hagan oraciones públicas para que el Padre de las luces se muestre propicio antes nuestras suplicas.