Opus nigrum

En esa ocasión, el personaje del médico filósofo y alquimista se le impuso otra vez a la autora.

En cuanto a la elección del título, en 1958, con ya un centenar de páginas escritas, la autora buscaba algo apropiado pero no hallaba nada que pudiera satisfacerla.

Recordó entonces la fórmula “L´oeuvre au noir”, que había utilizado antes en un estudio sobre Thomas Mann, y decidió adoptarla.

Zenón, por su parte, cansado, como dice, de abrevar en los libros, se dirige hacia los Pirineos.

Ha decidido ver un poco de mundo, ya que como le comenta a su primo, “¿Quién puede ser tan insensato como para morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta a su cárcel?” Capítulo II.

A instancias de este, la pareja decide abandonar Flandes para vivir en la ciudad del esposo.

Allí, si bien se toma tiempo para vivir ciertas aventuras con su primo, se dedica a conocer la vida de los obreros y, fundamentalmente, a vagabundear por los campos y los bosques para realizar estudios acerca de la naturaleza.

Éstos, sin embargo, se oponen y entonces se produce un altercado que solamente cesa cuando el tío de Zenón les promete un aumento y consiente en que continúen utilizándose los telares manuales.

Luego de pasar la noche afuera, Zenón regresa para recoger sus cosas y marcharse.

Se despide de la sirvienta Wiwine, que cuidaba de él, diciendo: “Quiero ver si la ignorancia, el miedo, la inepcia y la superstición verbal reinan en todas partes, igual que aquí”.

Cuando ésta es ya una mujer, mueren Salomé y luego su hija Bénédicte, ambas de peste.

También Henri Maximilien se halla en la ciudad; tiene la cara herida por una cuchillada, fruto de un lance galante.

La Segunda parte contiene seis capítulos y su epígrafe consiste en una divisa alquímica: Obscurum per obscurius, innotum per ignotius (A lo oscuro por lo más oscuro; a lo desconocido, por lo más desconocido).

Por boca del prior se entera de lo ocurrido en los treinta años que duró su ausencia.

Vive casi enclaustrado en San Cosme; solamente abandona sus límites para recorrer las dunas y los bosquecillos en busca de especímenes botánicos.

Ahora el acto de pensar le interesa más que los productos dudosos del pensamiento.

Al final, sin embargo, su meditación regresa al cuerpo, su principal objeto de estudio, y luego, por extensión, esa misma meditación lo conduce a evocar ciertos actos del pasado en los que el aspecto sensorial había tenido un papel relevante.

Guarda la planta en su laboratorio para hacer experimentos con ella, y, por ese motivo, reanuda la correspondencia con un sabio matemático de quien años atrás había sido huésped en Lovaina.

Debe esperar, sin embargo, a que la enfermedad de su amigo el prior se resuelva.

Zenón piensa ahora en dirigirse a Alemania, a Lübeck, más precisamente, donde quizá pueda obtener el puesto de regente del hospital del Espíritu Santo, algo que un amigo que vive allí alguna vez le había insinuado.

Philibert argumenta que si Le Cocq acepta su pedido, él se convertirá en su deudor, en vez de ocurrir al revés; y que si se niega, él deberá tragarse ese enojoso no.

Luego de ser dictada la sentencia (muerte en la hoguera), Zenón recibe la visita del canónigo Batholommé Campanus.

Bruscamente, sin embargo, se ve arrebatado por un torbellino de angustia; el cuerpo, la carne, parecen rebelarse.

A los veinte años era gordo y destacaba por encontrar errores en las cuentas de los empleados.

Philibert Ligre heredará sus negocios y se casará con Martha, hermanastra de Zenón.

Jean-Louis de Berlaimont: prior del convento de franciscanos, erudito y humanista a la vez que cortesano y diplomático, es el personaje que Yourcenar, al evocar la novela, más destaca junto con Zenón.

En su testamento le deja su propiedad a Zenón, quien la transfiere al hospicio de San Cosme.

Unos acontecimientos, en este caso, establecidos en los inicios del Renacimiento, cuando todavía perduran usos y costumbres de la Edad Media.

Un tiempo, según Yourcenar, cuya idea del mundo “no ha llegado todavía a ser copernicana.

Metáfora, pues, de un cierto orden estético y moral que, negando la idea secular y más o menos semejante de trascendencia que nutrió a la civilización occidental, insiste, mientras afronta el día a día con el auxilio de un estoicismo grecorromano, en perseguir aquella fórmula susurrada al primer hombre en el primer jardín: Seréis como dioses.

Cornelis Pietersz. Bega El alquimista
Pieter Bruegel el Viejo – Boda aldeana
Quema de una anabaptista. Grabado de Jan Luyken
Alberto Durero. Retrato de Jacob Fugger
Catalina de Médicis como reina de Francia
Primera representación en Europa de una planta de tomate - Pietro Andrea Mattioli, 1590
Cornelis van Haarlem. Antes del diluvio
"Una hermosa morada". Frans II Francken, Supper at the House of Burgomaster Rockox
Tintoreto. Retrato de un gentilhombre
Rafael. Retrato de Juliano de Médici