Mitología de América del Sur

Por ejemplo, se sabe el lugar eminente que los incas daban al sol, Inti, antecesor de su dinastía.

Elevado al rango de dios nacional, su soberanía celeste formaba paralelo con el poder terrestre del Sapa Inca y su adoración se confundía con los homenajes a este último.

Sin embargo, también se encuentran huellas de un culto celestial o sus representaciones divinas entre numerosos otros pueblos, como los guaraníes, los caribes, y los mapuches; así, por ejemplo los mapuches representaban al sol como Antu, el espíritu pillán más importante de sus creencias, y la luna como Kuyén, el espíritu Wangulén acompañante y esposa de Antu.

En cambio en otros lugares, el sol y la luna son simples personajes mitológicos a los que no se asigna ninguna acción sobre los destinos humanos.

Los relámpagos son los reflejos producidos por un tallo de resina que lleva clavado en el labio inferior, conocido como Tupán.

Ello generó una enorme confusión y alteración que hasta la actualidad en muchas culturas indígenas, todavía no se logra superar totalmente.

Esta relación Dios-Ngenechén, la cual se trataría de una equivalencia forzosa, creada por los jesuitas en su afán misionero en los siglos XVII y XVIII, con el fin de hacer más aceptable y comprensible el concepto cristiano.

Ejemplo de ello son los espíritus pillanes en la religión mapuche, los cuales en su cultura son considerados sus antepasados, y que debido al hecho de los pillanes igualmente son seres castigadores (o permiten a otros seres castigar) con terremotos, enfermedades, etc; muchas veces se les describe equívocamente en la literatura y tradiciones, tan solo como un ser del tipo maligno, un demonio que causa todos los males y catástrofes naturales.

Así, antiguamente, los estudios sobre la mitología indígena sudamericana se enfocaban mayormente en la mitología de las civilizaciones más avanzadas, que en el caso de Sudamérica correspondería a los incas y pueblos históricamente y geográficamente más cercanos.

En torno a esos seres sobrenaturales se ha cristalizado la explicación de los enigmas, pequeños y grandes, que la naturaleza propone al hombre.

Los chamacoco (Paraguay) colocan en la cumbre de la jerarquía celeste a la diosa Eschetewuarha, que, siendo mujer del Gran Espíritu, le dominaba y reinaba sobre el mundo.

Finalmente, a veces el héroe, o los héroes civilizadores son animales dotados de razón.

Su hermano recoge los pedazos, sopla sobre ellos y lo resucita: luego se venga del asesino.

Uno de los hermanos fracasa y perece, pero el otro, que escapa del peligro, le devuelve la vida.

Se manifiesta en varias creaciones sucesivas, pero, tras haber poblado la Tierra, abandona su papel de Creador para cambiarse en héroe civilizador.

Si los incas no le relegaron a algún lejano empíreo, fue porque se integró en un panteón donde otros dioses tenían un sitio y un papel bien definidos.

Según la otra, los primeros hombres habrían venido del cielo o de un mundo subterráneo.

Al decir de los mosetenes, Dhoit, su héroe civilizador, modeló a los primeros hombres.

En la mitología chibcha, el Sol y la Luna formaron al primer hombre con arcilla, mientras que para la primera mujer utilizaron cañas.

Un gran número de ellos se quedaron bajo tierra y recibirían todos los días la visita del Sol.

Un halcón cortó la cuerda y las mujeres se vieron obligadas a quedarse en tierra en compañía de los hombres.

Los caduveos del Gran Chaco se creían también salidos de huevos incubados por un pájaro gigantesco.

Fue uno de los Gemelos el que puso fin a esas renovaciones e hizo definitiva la muerte.

Los chipayas, desgraciadamente para ellos, volvieron la espalda a un visitante que traía un cesto lleno de carne podrida, habiéndole tomado por la Muerte, y en cambio acogieron afectuosamente a la Muerte, que tenía apariencia de un agradable joven.

Creían que, cuando moría un hombre, su alma volvía al cabo de cinco días.

En varias tribus amazónicas, existe una tradición según la cual los hombres habrían podido alternativamente morir y resucitar si hubieran obedecido una orden que se les había dado, o si hubieran entendido mejor un mensaje que el héroe civilizador o algún otro personaje les había transmitido.

Según sus antiguas tradiciones, antes de poseer este elemento, los hombres no valían más que los animales.

También podemos encontrar al fuego como una manifestación espiritual, ejemplo de ello es el espíritu Ngen conocido como Ngen-kütral Numerosos mitos cuentan el modo en que los hombres han adquirido las plantas comestibles o plantas cultivadas.

En algunos mitos, los espíritus a veces tienen plantas útiles cuyo monopolio se reservan hasta el día en que alguien —hombre o animal— les roba unos granos.

En cambio en algunos otros mitos se establecen una correspondencia estrecha entre las plantas cultivadas o silvestres que proporcionan alimento al ser humano.