Generalmente se recurre a sentimientos para manipular a quienes se convencen más con éstos que con razones, usando las más fáciles palancas de interés que en retórica se denominan pathos (sentimientos, pasiones) y ethos (admiración, modelos), más que las más minoritarias y difíciles del pensamiento o logos, ya que la mayor parte de la gente toma decisiones con los dos primeros criterios que con el último (según el sociólogo y matemático Wilfredo Pareto, solo la quinta parte o 20 % utiliza el criterio del logos).
La apelación al pathos o emociones básicas negativas como el miedo y el temor en la supuesta emergencia (usada a veces por poderes reaccionarios para evitar la evolución social igualitaria, como explica el libro La doctrina del shock de Naomi Klein) es utilizada por el poder punitivo para eliminar cualquier obstáculo que se le presente generando los cimientos de un estado de paranoia e histeria colectiva, un sistema delirante o nube de propaganda que le permite al poder ejercerse sin frenos ni límites y eliminar a cualesquiera opositores.
Toda persona que se oponga a ese poder punitivo será nombrada y acusada de cómplice del mal.
En los casos más extremos se presenta a los miembros del grupo segregado como infrahumanos o inhumanos, como los judíos o los gitanos en la Alemania nazi; sin embargo, más frecuente es la simple presunción de culpabilidad, que lleva en la práctica a la restricción de los derechos civiles del grupo, aún sin un refrendo administrativo.
Sectores críticos han destacado que, tras los argumentos nominalmente éticos o culturales que conforman la argumentación estereotipada de la demonización, se esconden probablemente intereses económicos, como los de la explotación colonial.