Las propias fortificaciones romanas, los castrum, iban de simples obras provisionales levantadas sobre el terreno por los ejércitos en campaña, hasta construcciones permanentes en piedra, como el Muro de Adriano en Inglaterra o los Limes en Alemania.Hasta el siglo XIII estas ventajas no se redescubrieron en la Europa del norte, llevadas desde la España musulmana, que mantuvo la tradición desde mucho antes.En la arquitectura castelar pueden señalarse los siguientes componentes como esenciales y característicos: Una mota era un montículo de tierra con una cima plana.La excavación de la tierra para hacer el montículo dejaba una zanja alrededor de la mota, llamado «foso» (por la que deriva la palabra "mota" del "motte" en francés antiguo y "moat" como foso), indicando cómo se asociaron entre sí dichas características interdependientes en la construcción original.[2] "Mota" refiere a la loma sola, pero a menudo era coronada por una estructura fortificada, como un homenaje, y la parte superior plana estaría rodeada por una empalizada,[2] Era común que la mota fuera alcanzada por un puente levadizo (un puente sobre la acequia de la contraescarpa del foso hasta el borde de la parte superior del montículo), como se muestra en la descripción que hace el tapiz de Bayeux del castillo de Dinan.[3] A veces, una mota cubría un viejo castillo o un «hall», cuyas habitaciones se convirtieron en áreas de almacenamiento subterráneo y en prisiones bajo una nueva fortaleza.Todos los lienzos suelen estar rematados por almenas para la protección de los defensores.Generalmente es más alta que el resto del conjunto, sus dimensiones pueden ser de hasta 40 metros.También llamado plaza de armas, constituye un espacio central que en algunos casos recuerda los claustros monásticos.[5] Las aspilleras en las paredes no se volvieron comunes en Europa hasta el siglo XIII, por temor a que pudieran poner en peligro la fortaleza de la pared.[6] La entrada era a menudo la parte más débil del circuito de defensas.[13] Así se llama a una fortificación de defensa adicional, en el lado más avanzado del foso.Protegía puertas, cabezas de puente o cualquier otro lugar que fuese punto débil.Los soldados que luchan desde la parte más alta de los abruptos muros del castillo no pueden disparar o atacar de ningún otro modo a los enemigos situados en la base del muro, sin exponerse a las flechas.Orificios en el techo, por los cuales podía derramarse agua hirviendo, arena caliente o rocas.La presencia del Señor en un castillo hacia que se convirtiera en un centro administrativo desde donde este gestionaba las tierras.Esto aplicaba especialmente a la realeza, que en otros tiempos incluían propiedades en tierras extranjeras también.Las casas reales tenían esencialmente la misma forma que las baronías, aunque con una escala mucho más grande y con posiciones de mayor prestigio.[18] El permiso para fortificar cuando era otorgado por monarcas -aunque no siempre era necesario- era importante no solo porque permitía defender la propiedad con pertrechos asociados a los castillos sino que también daban un prestigio al ser utilizados por la élite.Esto se deriva de la imagen del castillo como una institución marcial, pero la mayoría de los castillos en Inglaterra, Francia, Irlanda y Escocia, nunca estuvieron involucrados en conflictos o asedios, por lo que la vida doméstica era un aspecto en sí descuidado.[26] Los ocho siglos que duró la Reconquista (711-1492) llevada a cabo por los reinos cristianos del norte para recuperar las tierras sometidas por los musulmanes mantuvieron la península ibérica en permanente estado de guerra.Si se añaden a ello las tensiones internas entre la nobleza y la monarquía, frecuentes durante la Baja Edad Media y el Renacimiento, que derivan a veces en auténtica Guerra Civil, se comprende fácilmente el papel que jugaron los castillos y el porqué de su abundancia en España.