En la época del contacto con los europeos, el pueblo boruca se encontraba agrupado en tres reinos: Quepoa, Turucaca y Coctú, que se ubicaban a lo largo de la región del Pacífico central y sur de Costa Rica.
Otros autores consideran que la tradición bien podría ser más antigua, anterior al contacto con los europeos, pero que a la llegada de estos se adicionaron nuevos elementos, como el caso del toro, animal desconocido para los pueblos aborígenes prehispánicos.
Para esta ocasión, cada participante debe confeccionar su propia máscara, la cual desecha una vez terminada la festividad.
Se le pueden agregar otros elementos como plumas, cuernos y pieles de animales.
Los diablitos (cagrúv) representan a los indígenas borucas, y se encuentran organizados jerárquicamente.
Existe un jefe al que se le llama Diablo Mayor, el cual tiene a su disposición varios ayudantes.
Los diablos mayores son los responsables de la buena marcha de la festividad, asegurándose que se cumplan las reglas del juego y castigando a los que comentan infracciones durante el mismo.
El toro es un personaje único del juego de los diablitos, que representa al conquistador español.
La máscara del toro se hace con madera de cedro, pintada con líneas negras y blancas, lleva cuernos naturales de res, y es la única que se guarda para la siguiente celebración.
En algún momento de la celebración, se le añaden ramas y hojas que serán posteriormente incendiadas.
La mañana de la celebración, aparece el toro, cuyo objetivo es matar a los diablitos.
Estas contiendas son viajes alrededor de la comunidad: el toro embiste a los diablitos para lanzarlos al suelo, donde incluso se les puede quebrar la máscara.
Por parte de los diablitos, la idea esencial del juego es colocarse frente al toro y provocarlo.
Finalmente, el toro vence y mata a los diablitos, símbolo de la victoria española durante la conquista.
Finalmente, sus restos son quemados en una fogata, y se realiza una gran fiesta celebrando la victoria de los diablitos sobre el toro.