Otros se encontraban estacionados como parte de los movimientos habituales entre el principal apostadero y la capital.
La Junta pese a lo evidente de la excusa, para evitar incidentes no forzó la jura ni los retuvo, lo que reveló con el tiempo ser uno de sus más serios errores, por cuanto la flotilla realista pudo recuperar sus mandos.
Esa noticia fue aprovechada por Salazar, enemigo acérrimo de los revolucionarios (más por razones personales y profesionales que ideológicas), quién fraguó noticias respecto de supuestos avances y espectaculares triunfos sobre el invasor francés.
Considerando exterminados a los invasores y constituido un gobierno supuestamente legal, los realistas consiguieron torcer la decisión del cabildo e impedir la aceptación de la Junta.
Salazar sostuvo la legitimidad del Consejo de Regencia y criticó las medidas adoptadas por Buenos Aires objetando no sólo sus principios: criticó que la Junta hubiera reducido los sueldos de los oidores lo que consideró arbitrario y condenable por cuanto abría las puertas a que medidas similares se adoptaran contra otros altos empleados, incluso contra él mismo.
La postura de Paso sólo fue defendida por el padre José Manuel Pérez Castellano, y ante la creciente agresividad de Salazar y sus hombres Paso debió retirarse protegido por el coronel Prudencio Murguiondo.
En el acuerdo de rendición del que el cabildo salió garante, Salazar concedía la aministía a los líderes del movimiento, no obstante y pese a la insistencia del cabildo que deseaba se respetasen los términos, los envió encadenados a Cádiz.
Tras recibir el rechazo a su autoridad por parte de Buenos Aires la declaró ciudad rebelde y estableció la nueva capital del virreinato en Montevideo.
A comienzos de 1811 estuvo en pie la primera flotilla patriota que fue destinada a llevar refuerzos por el río Paraná al ejército de Manuel Belgrano que se encontraba en campaña contra la rebelde Intendencia del Paraguay.
En ambas ocasiones el entusiasmo del vecindario fue evidente y las consecuencias materiales para la ciudad atacada irrelevantes.
Las fuerzas patriotas resultaron ilesas, la opinión pública acrecentó su patriotismo y el agresor se mostró contrario a las normas de guerra cuando mínimo en el primer ataque, al bombardear, y sin aviso, una ciudad indefensa.
Si bien esto era cierto, tampoco Lecor había hecho efectivo el repliegue acordado.