Las tropas se concentraron en el Caserío de las Filipinas, en las cercanías de la desembocadura del arroyo Miguelete, y allí se trasladaron los botes en carretas y con el mayor sigilo.
El 13 de julio, día previsto para el asalto, se produjo una fuerte tormenta que obligó al general Rondeau a suspender la operación.
El Comandante de la plaza, capitán Francisco Ruiz, corrió con una pistola en una mano y una mecha encendida en la otra para dar fuego al cañón cargado a metralla que apuntaba al desembarcadero pero fue también eliminado a puñaladas, tras lo cual el resto de la guarnición se rindió.
A las cinco de la mañana arribaron a la costa, siendo recibidos en triunfo por el general Rondeau, quien solicitó para sus autores un escudo de honor, que el gobierno prometió pero no entregó.
Así como representó un importante aliciente para las fuerzas bloqueadoras, reducidas hasta entonces a un papel pasivo en un operativo sin mayores acciones directas, para los españoles la conmoción ante la arriesgada y exitosa incursión fue grande y superior a los efectos militares.
En razón de las características del operativo, asimilable a las tácticas utilizadas por los comandos, por decreto Nro.