El excedente de lo que producían se vendía en Buenos Aires y su producto les pertenecía.
Por otro lado, aquellos que preferían no asentarse tenían garantizado el libre y pacífico tránsito por Miraflores.
Pero tras el tratado que debía ratificar la paz existente la situación se deterioró rápidamente en todos los aspectos.
El sargento mayor Juan Cornell diría años después: "Pero desgraciadamente las turbulencias del año 20 y el mal manejo que se tuvo para tratarlos hizo disgustarlos en tiempo del gobierno del General Rodríguez, y se retiraron de Kaquel donde residían las tribus de Ancafilú, Pichiman, Antonio grande y Landao, que vivían pacíficamente agasajados por Don Francisco Ramos Mejía, que permanecía sin ningún temor en su estancia con toda su familia y sin exageración diré, rodeado de estas indiadas."
Al presentarse al día siguiente en el fuerte, Rodríguez le comunicó que no solo los indios no serían liberados sino que él debía abandonar de inmediato su estancia e ir detenido a la capital.
No se encontró ninguna prueba que ligara a Ramos Mejía o a los indios de sus tierras con los malones o de que representaran una amenaza para la frontera.
Cornell afirmó que la incursión fue un fracaso que "... no produjo ésta mayores resultados, si no al contrario más disposición en los indios para hacernos la guerra y no poca por haber traído preso en el mismo ejército a Don Francisco Ramos Mejía con toda la tribu de indios pacíficos que tenían sus tolderías en su estancia Miraflores.
"[2] Cuando Martín Rodríguez apresó al hacendado y a los indios que vivían en su estancia, Molina junto con dos peones más, huyó a las tolderías y se puso al frente de los indios, aún de aquellas tribus hasta entonces pacíficas.
Muere hoy, de resultas de un lento envenenamiento dispuesto por Rosas, el titulado coronel Molina, uno de sus caudillos principales en la guerra contra el general Lavalle y que tenía gran poder sobre los indios, entre los cuales, como soldado desertor, había vivido muchos años, regresando indultado en 1826".