Las primeras fuentes escritas sobre la historia de Nueva Caledonia se remontan a su descubrimiento en 1774 por el capitán James Cook, pero el archipiélago ya se encontraba habitado por el pueblo canaco (kanak) desde hacía más de 3000 años.
Desde allí comenzaron entre el 1500-1000 a. C. la colonización de islas del Pacífico como el archipiélago Salomón, Nueva Caledonia, Vanuatu, Tonga y Samoa.
Durante el siglo XX se descubrieron otros yacimientos con restos cerámicos similares y herramientas de piedra tallada no solo en Nueva Caledonia sino en otras islas del Pacífico occidental.
Esta última hipótesis parece confirmada por el hecho de los objetos cerámicos son de factura elaborada con formas complejas, fabricadas con delicadeza y ricamente decoradas con motivos estilizados cuyas características artísticas evolucionan en el espacio y el tiempo.
El siguiente período cultural se establece entre el 200 a. C. hasta la llegada de los primeros europeos a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX y que es conocido conjuntamente como período Naia-Oundjo.
Las tribus canacas se enfrentaban utilizando rituales guerreros y practicaban el canibalismo.
En 1793, el contraalmirante francés Antoine Bruny d´Entrecasteaux, enviado por el rey Luis XVI para encontrar a La Pérouse, pasó a lo largo de Nueva Caledonia, exploró la costa oeste de la Grande Terre y se habría detenido por un tiempo en las islas Loyauté.
En cualquier caso se atribuye el descubrimiento de estos últimos territorios al explorador francés Jules Dumont D'Urville, que en 1827 cartografió con precisión el archipiélago.
Poco después de 1793 los balleneros europeos comenzaron a interesarse en Nueva Caledonia, donde las ballenas jorobadas pasan el invierno austral.
Los hermanos maristas también se instalaron, no sin dificultades, en la île des Pins.
Los misioneros europeos trajeron con ellos nuevas enfermedades, provocando epidemias que afectaron enormemente a la población autóctona.
Además, Francia buscaba un entorno de clima más benigno que la Guayana para instalar una colonia penitenciaria, y Nueva Caledonia parecía un lugar adecuado.
Por otra parte, los colonos británicos de Australia apoyaban a su metrópoli para establecer un dominio anglófono sobre las islas del océano Pacífico.
En 1860 la colonia de Nueva Caledonia fue separada administrativamente de Tahití y fue nombrado su primer gobernador, el contraalmirante Guillain, que comenzó a organizar una colonia penal y la distribución de tierras (no solo para que los presos cumplieran su pena sino también para confiarles tierras una vez cumplida su pena y pudieran instalarse definitivamente).
El primer convoy penitenciario llegó en 1864 (criminales y delincuentes comunes con delitos de muy diversa gravedad).
A los communards se unieron los argelinos que participaron en la revuelta del sheik El Mokranien en 1871.
La administración penitenciaria o “Tentiaire”, acumuló gran riqueza y poder, ocupando a la mayoría del funcionariado colonial.
Además, muchos de los presos que redimían sus penas acababan trabajando para la administración penitenciaria.
Mientras llegaba la colonización europea, los canacos siguieron sometidos al régimen de “indigenato” (que no fue abolido hasta 1946) y a los que no se permitía salir de las reservas.
Azotados por las enfermedades, el alcoholismo y la malnutrición, la población indígena, que era estimada en unos 100.000 habitantes en 1853, fue reducida a 20.000 en 1920.
Otras revueltas de importancia tuvieron lugar en 1913 y 1917, siendo esta última dirigida por el jefe Noël Doui, que también fue decapitado por otros canacos rivales.
Esta presencia estadounidense introdujo en Nueva Caledonia varios elementos del modo de vida americano: el baile, la coca-cola, el chicle, etc.
Esta disposición será revisada en un nuevo referéndum por la independencia que se celebrará en el segundo semestre de 2018.