[17][4] Y Fernández Duro señaló que durante su etapa como novicio fray Hernando destacó por llevar «una vida ejemplar», y también que en su monasterio se alegraron de poder contar con un fraile de «tan ilustre origen», aunque poco después comenzaron los problemas, ya que:[28] Fray Hernando de Valencia y doce compañeros suyos, como se ha mencionado anteriormente, fueron expulsados[29] por «revoltosos» de Guadalupe, como señaló el Padre Sigüenza.
[30][e] Y en 1407 esos frailes expulsados se arrepintieron y se les concedió, «por piedad de la Virgen», una licencia por la que, en lugar de asemejarse a unos monjes desterrados, como señalaron algunos autores, parecían obtener permiso para fundar un monasterio en otro lugar,[30] aunque otros afirmaron que fray Hernando fue el que decidió trasladarse a Zamora «por ser tío suyo» el obispo de esta ciudad, y por haber ocupado él mismo antes el cargo de regidor en ella.
[29][38] En 1408, según Fernández Duro, comenzó la cimentación del nuevo monasterio, en cuya construcción colaboraron los propios monjes.
Fray Hernando de Valencia, según afirmó Fernández Duro, viajó a pie para solicitar personalmente al antipapa Benedicto XIII, que entonces era «acatado en Castilla», la concesión de algunas mercedes e indultos.
[2] Y de los datos consignados en el manuscrito se puede «deducir», como señaló Sophie Coussemacker, que el autor «entró en religión» o tomó los hábitos a mediados del siglo XV.
[44] Y los elegidos para entrevistarse en Peñíscola con el antipapa Benedicto XIII fueron fray Hernando de Valencia, que era monje en Montamarta, y fray Velasco, que era el prior del monasterio de Guisando.
[46] Y Fernández Duro señaló por otra parte que fray Hernando de Valencia viajó a Roma a pie durante el pontificado del papa Martín V,[35] que rigió los destinos de la Iglesia Católica desde 1417 hasta 1431,[47] para solicitarle diversas mercedes e indultos.
[48] Sin embargo, su etapa como prior fue extraordinariamente breve, ya que fue elegido una tarde y a la mañana siguiente falleció tras haber celebrado la eucaristía entre lágrimas y devoción admirable, quedando todos los presentes sobrecogidos por la «humildad que había hecho pedir a Dios no cumplir este mandato».