En Peleas de Arriba, un lugar entre Zamora y Salamanca, existía un monasterio fundado por un religioso zamorano llamado Martín Cid.
El monasterio tenía un albergue para atender a transeúntes y peregrinos que recorrían la Vía de la Plata.
En ese entorno nació Fernando, mientras sus padres acampaban en el monte cuando realizaban una ruta de Salamanca a Zamora.
En 1232 Fernando III trasladó el monasterio a su lugar de nacimiento, un paraje llamado Valparaíso.
[10][11] Sin embargo, Álvaro Núñez de Lara usurpó la potestad regia y se hizo con varios castillos.
El rey leonés, persuadido por sus hijas mayores Dulce y Sancha, no quiso dejarlo marchar.
[23] Fernando no combatió contra su padre, y le envió mensajes de que bajo su reinado Castilla sería un reino amigo y, aunque al principio Alfonso no hizo caso, terminó retirándose a León cansado de estas acciones.
[29] Entre la nobleza afín a Fernando destacaba la que había obtenido abundantes tierras y concesiones reales en tiempos de Alfonso VIII.
[26] Fernando le entregó como dote a Beatriz las villas, castillos y sus derechos reales sobre Carrión de los Condes, Logroño, Belorado, Peñafiel, Castrogeriz, Pancorbo, Fuentepudia, Montealegre, Palenzuela, Astudillo, Villafranca Montes de Oca y Roa.
El cronista Rodrigo Ximénez de Rada, nada proclive a los epítetos, la describe como optima, pulchra, sapiens et pudica («buenísima, bella, sabia y modesta»).
[36][35] Yahya al-Mutásim no reconoció a este gobernante y creó un califato propio en el norte de África, provocando que Al-Mamún se trasladase al Magreb para combatir aquella rebelión.
Después, Fernando marchó contra la ciudad de Quesada y otros castillos, que fueron rápidamente tomados en septiembre.
[43] Después sus fuerzas tomaron la ciudad de la Alhama, que había sido abandonada por sus moradores ante el temor hacia los cristianos.
[46] Salvatierra y Burgalimar se rindieron pronto, mientras que Capilla resistió pero finalmente fue tomada, tras un asedio, en septiembre de 1226.
[61] El pacto entre Fernando y sus hermanas puso fin al conflicto sucesorio leonés, pero no evitó que parte de la nobleza y la Iglesia leonesa se opusiesen al nuevo monarca castellano; el núcleo del rechazo a Fernando fue, probablemente, Galicia.
[60] Sus dominios quedaron divididos en tres unidades administrativas, gestionadas por un merino mayor: Castilla, León y Galicia.
[65][66] Durante los años de gestión de la unión castellano-leonesa, el rey se limitó a supervisar las incursiones en tierras andalusíes, que llevaron a cabo principalmente las órdenes militares, algunos nobles y los obispados fronterizos, en especial el toledano.
[67] Finalmente, Ibn Hud se batió en retirada dejando Jerez a su suerte haciendo los cristianos un formidable botín.
Ese año murió Beatriz de Suabia y Fernando se trasladó al norte.
[78] El rey castellano-leonés firmó entonces una tregua de seis años con Ibn Hud, por la que este se comprometió a pagarle tributo.
[79] La madre recomendó a su hijo Fernando que se casara en segundas nupcias y este aceptó la sugerencia.
[85] La posterior ruptura de la alianza precipitó la campaña que concluyó con su conquista por el soberano castellano-leonés.
[97] La ciudad se rindió al no recibir el auxilio solicitado a los hafsíes del Magreb.
[98] Como ya había ocurrido en otros lugares, Fernando restauró el arzobispado hispalense, al que dotó con munificencia.
Según una fuente musulmana de comienzos del siglo XIV, el emir cedió a un tal Alfuns, posiblemente Alfonso, los lugares onubenses de Saltés y Gibraleón y otros tres sitios más no identificados con lugares actuales.
Alfonso X concluiría después satisfactoriamente este proyecto de su padre dándole un sentido más jurídico.
[112] Repartió las nuevas tierras conquistadas entre las órdenes militares, la Iglesia y los nobles, lo que dio lugar a la formación de grandes latifundios.
[118] Pidió que Remondo, obispo de Segovia, su confesor habitual, le administrase el viático.
[130] Tras esto, se procedió a dar cuenta de los testimonios para la canonización en los años 50 del siglo XVII.
En 1626 algunos testigos, como Juan Villavicencio y Alarcón, dieron fe de la enorme popularidad alcanzada por la imagen en Roma.