[1] Tras la Conquista omeya de Hispania, los ocupantes musulmanes eran una elite árabe-bereber minoritaria frente a una gran masa de habitantes cristianos sometidos, en un territorio muy alejado que dificultaba conseguir refuerzos para imponer su religión.
Fue así que los gobernantes musulmanes establecieron pactos implícitos con poblaciones cristianas para evitar grandes enfrentamientos militares con la población nativa (haciendo una política de Divide y vencerás), por el cual los cristianos de la península ibérica, para evitar la conversión al islam, tenían que adaptarse a unas condiciones que fueron negociadas por los musulmanes ocupantes, los cuales consistían en otorgar cierta permisividad a los católicos a cambio de que estos paguen impuestos muy altos (Yizia) y reconocieran servir a la autoridad del monarca islámico (además, como su Señor, le daría protección a sus Vasallos cristianos, de modo análogo a la Relación de vasallaje de todas las monarquías Medievales).
La tolerancia que hasta entonces se había mostrado hacia los cristianos les parecía criminal e impía.
Casi tan intolerante como ellos, el monarca cedió con demasiada facilidad a sus deseos.
El Cadí (gobernante y jurista) de Córdoba, Abū l-Walīd Muḥammad Ibn Rušd, se trasladó a Marrakech (al-Ándalus estaba sujeto a Marruecos en esas fechas) para informar al emir Almorávide de lo acontecido y sugiriendo reaccionar drásticamente.
Siendo así que les autorizó la construcción de una iglesia en Marrakech a los sacerdotes católicos, los cuales seguían cumpliendo sus funciones.
Por otra parte, las propiedades que dejaron los cristianos fue confiscada por los musulmanes (a menos que algún mozárabe desde África demostrara sus títulos de propiedad, teniendo la opción de venderlas) y sus iglesias se transformaron en mezquitas.
Miles de los mozárabes desterrados lograrían regresar a España dos décadas después, estableciéndose en el Toledo cristiano.