Recibe el nombre de Quicumque por la palabra con la que comienza (Quienquiera desee).
La atribución a san Atanasio parece que data del siglo VII y se mantuvo sin discusión hasta el XVII.
Según esta versión, Atanasio lo escribió durante su exilio en Roma y lo presentó al Papa Julio I como testimonio de su ortodoxia.
La atribución tradicional del Credo a Atanasio fue puesta en duda por primera vez en 1642 por el teólogo protestante holandés Gérard Johann Vossius.
A finales del siglo XIX, se especuló mucho sobre quién podría haber sido el autor del credo, con sugerencias que incluían a Ambrosio de Milán, Venancio Fortunato o Hilario de Poitiers.
Refleja el desarrollo teológico que corresponde al Concilio de Calcedonia.
La fe en la Encarnación se expresa por medio de proposiciones claras que resaltan tanto la divinidad como la humanidad de Cristo («perfectus Deus, perfectus homo; ex anima rationalis et humana carne subsistens»).
El símbolo concluye confesando los misteria carnis Christi (pasión y muerte, descenso a los infiernos, resurrección, ascensión, entronización a la diestra del Padre), la segunda venida de Jesús (parusía), la resurrección final de los hombres «cum corporibus suis» y la sanción, según sus obras, con la «vida eterna» o el «fuego eterno».
Consta que en el siglo IX se usaba en Alemania en la liturgia eucarística recitándose después de la homilía.
El texto del Símbolo Quicumque es el siguiente: Quicumque vult salvus esse, ante omnia opus est, ut teneat catholicam fidem: Quam nisi quisque integram inviolatamque servaverit, absque dubio in aeternum peribit.
Filius a Patre solo est: non factus, nec creatus, sed genitus.
Sed necessarium est ad aeternam salutem, ut incarnationem quoque Domini nostri Iesu Christi fideliter credat.
Qui licet Deus sit et homo, non duo tamen, sed unus est Christus.
Qui passus est pro salute nostra: descendit ad inferos: tertia die resurrexit a mortuis.
Ad cujus adventum omnes homines resurgere habent cum corporibus suis; Et reddituri sunt de factis propriis rationem.
Haec est fides catholica, quam nisi quisque fideliter firmiterque crediderit, salvus esse non poterit.
Quienquiera desee salvarse debe, ante todo, guardar la Fe católica: quien no la observare íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente.
Porque, así como la verdad cristiana nos compele a confesar que cualquiera de las personas es, singularmente, Dios y Señor, así la religión católica nos prohíbe decir que son tres Dioses o Señores.
El Hijo es solo del Padre: no hecho, ni creado, sino engendrado.
Quien quiere salvarse, por tanto, así debe sentir de la Trinidad.
Pero, para la salud eterna, es necesario creer fielmente también en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo.
Uno, no por conversión de la divinidad en carne, sino porque la humanidad fue asumida por Dios.
Que padeció por nuestra salud: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos.